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EL PRINCIPE

es posible que abandone su centro sin que sufran las estremidades.

La tercera máxima de política es que conviene enviar colonias a las provincias conquistadas para que contribuyan a conservar la fidelidad de los nuevos súbditos. Maquiavelo se apoya aquí en el ejemplo de los Romanos; pero no considera que, si los Romanos , al enviar colonias, no hubiesen enviado sus lejiones para que las protejiesen, poco hubieran tardado en perder sus conquistas. Tampoco considera que, además de sus colonias y sus lejiones, poseía aquel pueblo el secreto de hacerse aliados en todas partes. En los tiempos felizes de la república, los Romanos eran los bandidos mas discretos de cuantos habían asolado la tierra hasta aquella época. Supieron, es verdad, conservar con su prudencia lo que habían adquirido con injusticia; pero al fin acontecióles lo que a todo usurpador, y fueron a su vez hollados y oprimidos.

Examinemos ahora si esas colonias, para cuyo establecimiento quiere Maquiavelo que su Príncipe cometa tantas injusticias, son en realidad tan útiles como aquel autor pretende. O las colonias que envíe el príncipe al pais conquistado han de ser grandes, o pequeñas: si lo primero, tendrá que despoblar sus antiguas provincias y espulsar un crecido número de sus nuevos súbditos para dar cabida a los antiguos; con lo cual debilita sus propias fuerzas: si lo segundo, mal podrá una colonia pequeña sofocar el descontento, en un país que llora su perdida independencia; de modo que habrá sido preciso espulsar a los habitantes y hacerlos desgraciados, sin que de ello resulte al conquistador una utilidad tal, que compense su injusticia.

Hoy dia los soberanos obran con mas prudencia, ocupando militarmente aquellos paises que la suerte de la guerra coloca bajo sus dominios; porque, al menos, las tropas bien disciplinadas no pueden cometer grandes escesos en los puntos de guarnicion, ni gravan directamente a los particulares, estando acuarteladas y mantenidas a costa del Estado. Esta política es mejor que la de Maquiavelo; pero no era conocida en su tiempo. Los soberanos de entonces no se cuidaban de mantener grandes ejércitos; las tropas eran mas bien cuadrillas de bandidos, que vivían jeneralmente del fruto de sus violencias y rapiñas. No se sabía lo que eran milicias, reunidas constantemente bajo sus banderas en tiempo de paz, ni se conocían cuárteles, casernas, ordenanzas y otros mil reglamentos e instituciones que contribuyen a la seguridad de un pais durante la paz, protejiéndole contra la ambicion de sus vecinos y contra la violencia misma de los soldados que paga para su defensa.

«El Príncipe, continúa Maquiavelo, debe protejer y atraerse a los príncipes pequeños sus vecinos, sembrando entre ellos la discordia para poder mas facilmente rebajarlos o engrandecerlos, segun convenga a sus intereses.» Esto es su cuarto precepto: no de otro modo obró Clovis, que fué el primer rey bárbaro que se hizo cristiano, y su ejemplo ha sido después imitado por otros que no le han cedido en crueldad y barbarie. ¡Pero qué diferencia entre estos tiranos y un príncipe virtuoso que quisiese servir de mediador entre los príncipes pequeños; que terminase amigablemente sus contiendas, y se captase su confianza en fuerza de su misma probidad, justicia y desinterés! Su discrecion, entonces, le granjearía el título de padre, en vez de obligarle a ser tirano de sus vecinos, y su misma grandeza le induciría a protejer a los pequeños en vez de interesarse en su abatimiento.

Por otra parte, no es menos evidente que los príncipes que se han empeñado en engrandecer o entronizar a otros por medios violentos, se han labrado ellos mismos su propia ruina. En nuestro siglo hemos visto dos ejemplos de esta verdad: uno es de Carlos XII, que puso a Estanislao en el trono de Polonia; el otro es mas reciente y fácil de adivinarse.

Concluyo, pues, repitiendo que ningun usurpador será jamás acreedor a la