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Y ANTI-MAQUIAVELO

instante; pero, estando ausente, muchas vezes no los conoce hasta que son tan grandes que ya no puede remediarlos. Además de esto, la nueva provincia se ve de esta suerte libre de los robos y vejaciones irritantes de los gobernadores, y en todo caso logra las ventajas de un pronto recurso a su señor, el cual tiene asi mas ocasiones de hacerse amar por los nuevos súbditos, si se propone obrar bien, o de hacerse temer, si quiere portarse mal. Agréguese que, cuando un estranjero quisiere invadir el nuevo estado, se hallaría detenido por la dificultad suma de quitárselo a un príncipe vijilante, que reside en él.

Será otro modo escelente enviar colonias de súbditos antiguos a una o dos plazas, que seran como la llave del pais conquistado: medida indispensable, a no mantener allí un número crecido de tropas. Estas colonias cuestan poco al príncipe, y solo serán gravosas a aquellos individuos particulares que le inspirasen rezelos, o que tratase de castigar, despojándoles de sus haciendas y dándoselas a otros moradores nuevos mas seguros. De este modo, como siempre es corto el número de los despojados, y estos en adelante no podrán causar daño por haber quedado pobres y dispersos, se logra mas facilmente que se mantengan sosegados todos los demás, como suelen estarlo por lo regular, no habiendo sufrido perjuicio alguno, y temiendo, si llegan a inquietarse, la suerte de los primeros. Concluyo, pues, que estas colonias son menos costosas y mas fieles al príncipe, sin necesidad de mas castigos, ni despojos que los que al principio hiciese, como hemos dicho. Y aquí debo advertir que es necesario ganar la voluntad de los hombres, o deshacerse de ellos porque, si se les causa ofensa lijera, podran luego vengarla; pero arruinándolos, aniquilándolos, quedan imposibilitados de tomar venganza. La seguridad del príncipe exije que la persona agraviada quede reducida al estremo de no poder inspirar rezelos en lo sucesivo.

Pero si, en lugar de colonias, mantiene el soberano un número crecido de tropas en el nuevo estado, gastará infinitamente mas y consumirá todas las rentas del pais en su defensa; de suerte que la adquisicion le traerá mas pérdida que ganancia. Los daños que causa este último arbitrio son tanto mayores cuanto se estienden indistintamente a la universalidad de los habitantes, molestándoles con las marchas, alojamientos y tránsito continuo de los militares: incomodidad que alcanza a todos, y que, al cabo, hace a todos enemigos del príncipe; y enemigos peligrosos, porque, aunque estén sujetos y subyugados, permanecen en sus propios hogares. En fin, no hay razon que no persuada de que es tan útil este último sistema de defensa, como ventajoso el de las colonias que hemos propuesto.

Debe tambien el nuevo soberano de un estado distante, y diferente del suyo, constituirse en defensor y jefe de los príncipes vecinos mas endebles, estudiar como ha de debilitar al estado vecino que sea mas poderoso; impidiendo sobre todo que ponga allí los pies cualquier estranjero que tenga tanto poder como él; porque sucederá a las vezes que llamen a alguno los mismos descontentos, o por miedo, o por ambicion, como los de Etolia llamaron a la Grecia a los Romanos, y como siempre fueron llamados estos últimos por los habitantes del pais en todas las provincias donde entraron. La razon es muy sencilla, pues al estranjero recien venido se le reunen siempre los menos fuertes, por cierto motivo de envidia que les anima contra el más poderoso. De modo que, sin esfuerzo alguno, logra el invasor atraerlos a su partido.

El príncipe que se hallase en este caso, deberá atender unicamente a que sus nuevos amigos no tomen mucha fuerza, al paso que con sus tropas procurará debilitar y abatir a los fuertes y poderosos: de esta suerte conservará su independencia, y no tendrá partícipes en la soberanía, si llega a adquirirla.