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EL PRINCIPE

ha perjudicado con la ocupacion del señorío, y no puede conservar en su amistad a los que le han colocado en él; porque ni puede llenar las esperanzas que tenían concebidas, ni valerse abiertamente de medios violentos contra aquellos mismos a quienes debe estar reconocido; puesto que un príncipe aunque tenga fuerzas, necesita del favor y benevolencia de los habitantes para entrar y mantenerse en el pais adquirido. Por esta razon Luis XII de Francia perdió el estado de Milan tan presto como lo ganó; y Luis Esforcia lo recuperó, la primera vez, solo con presentarse delante de las puertas de aquella ciudad: como que el pueblo, que se las había abierto al rey, desengañado bien pronto de la esperanza que tenía concebida de mejorar su suerte, se cansó al instante del príncipe nuevo.

Es cierto tambien que no se pierde con tanta facilidad un pais rebelde, después de haber sido reconquistado, porque el príncipe, a pretesto de la rebelión, no repara tanto en usar de aquellos medios que pueden asegurarle la conquista; y asi castiga a los culpables, atiende mas a contener los sospechosos, y se fortifica hasta en los lugares de menor peligro. Por esta razon, si la primera vez Luis Esforcia no necesitó mas que acercarse a las fronteras del Milanesado para quitárselo a los franceses, la segunda, para apoderarse del mismo estado, tuvo necesidad de juntarse con otros soberanos, y de destruir los ejércitos franceses y arrojarlos de Italia. La diferencia proviene de los motivos que acabamos de indicar.

Resta ahora examinar las causas que motivaron la segunda desgracia del rey de Francia, y tratar de los medios que hubiera debido emplear aquel príncipe para no perder su nuevo estado; medios que son aplicables a cualquier otro príncipe que se hallare en circunstancias semejantes.

Supongo desde luego que un soberano quiere reunir a sus antiguos dominios otro estado nuevamente adquirido. Lo primero que se debe considerar es si este último confina con los otros, y se habla en ambos la misma lengua o no. En el primer caso, es muy fácil conservarlo, sobre todo si los habitantes no están acostumbrados a vivir libres; porque entonces, para asegurar la posesion, basta haberse estinguido la línea de sus antiguos príncipes, y por lo demás, conservar sin alteracion sus usos y costumbres. De este modo se mantendrán tranquilos bajo el dominio de su nuevo señor, a no existir entre ellos y sus vecinos una antipatía nacional. Así hemos visto fundirse sucesivamente en la Francia, la Borgoña, la Bretaña, la Gascuña y la Normandía; porque, aunque hubiese alguna diferencia en la lengua de estos pueblos, podían conciliarse entre sí, siendo muy parecidos en sus usos y costumbres. El soberano que adquiere esta clase de estados necesita atender a dos cosas solamente, si quiere conservarlos: la primera es, como queda dicho, el que se haya estinguido la antigua dinastía; y la otra, que no altere sus leyes, ni aumente las contribuciones. De este modo se reunen y confunden insensiblemente los estados nuevos con el antiguo, y en poco tiempo no forman mas que uno solo.

Las mayores dificultades se encuentran cuando en el pais nuevamente adquirido, la lengua, las costumbres y las inclinaciones de los habitantes son diferentes de las de los súbditos antiguos: entonces, para conservarlo, se necesita tener tanta fortuna como habilidad y prudencia.

Uno de los arbitrios mas eficazes y preferibles con que el nuevo soberano hará mas durable y segura la posesion de semejantes estados, será fijar en ellos su residencia. De este medio se valió el Turco con respecto a la Grecia; pais que jamás hubiera podido mantener bajo su dominio, por mas precauciones que hubiera tomado, si no se hubiese decidido a vivir en él. Con efecto, cuando el soberano está presente, ve nacer los desórdenes, y los remedia al