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EL PRINCIPE

mas de una ocasion de su astucia y sagazidad. Citaré en otros el ejemplo de su alianza con la Francia, cuando el mariscal de Catinat, disfrazado bajo el hábito de un monje, entró en su palacio so pretesto de escuchar su confesion, siendo el verdadero objeto del confesor y del confesado ajustar secretamente las bases de una alianza entre la Francia y la Savoya, separándose esta última del partido del emperador de Alemania. Esta negociacion se llevó a cabo con tanto silencio y destreza, que la Europa, sorprendida con las nuevas de su repentina alianza, creyó ver un fenómeno desconocido en la ciencia política. No pretendo justificar ni censurar la conducta de Víctor Amadeo; he propuesto su ejemplo como modelo de habilidad y discrecion, que son cualidades necesarias a todo soberano, cuando se emplean con un fin loable.

Es regla jeneral que deban emplearse en las negociaciones hombres sagazes, penetrantes y persuasivos, que, no solo esten versados en el manejo de la intriga, sinó que sepan leer en la fisonomía los secretos del corazon. No conviene abusar de la astucia. Sucede en esto como en el modo de usar los estimulantes que despiertan nuestro apetito: si se usan con demasiada frecuencia, gastan el paladar y pierden su virtud. La probidad, por el contrario, es un alimento simple que conviene a todos los temperamentos y que robustece el cuerpo sin irritarle.

El principe que llegue una vez a tener reputacion de candoroso, se captará infaliblemente la confianza de todos los soberanos de Europa; será dichoso sin apelar a la intriga, y fuerte por la sola fuerza de su virtud. La paz y la felizidad de los pueblos son el centro a donde vienen a reunirse los senderos de la sana política y el blanco de todas las negociaciones honradas.

La tranquilidad de la Europa depende muy principalmente en nuestros dias del mantenimiento del equilibrio de los poderes; con el cual se consigue que las monarquías poderosas estén contrapesadas por otros poderes reunidos. Si llegase a faltar este equilibrio, sería de temer una revolucion universal que tal vez diera por resultado el alzamiento de una nueva monarquía compuesta de los despojos de las demás. El interes de los príncipes de Europa les aconseja, pues, que no se descuiden en formar alianzas y hacer mutuos convenios, a fin de que, reunidos, puedan oponerse con fuerzas iguales a los designios de algun monarca ambicioso; desconfiando sobre todo, de los que traten de desunirlo, por medio de la zizaña. Acuérdense de aquel consul que, queriendo demostrar cuan necesaria es la union a los débiles, asió de la cola de un caballo, e hizo inútiles esfuerzos para arrancarla; pero luego que, separando la crines, pudo arrancarlas una a una, logró reunir en su mano fácilmente la cola entera. Esta leccion es tan útil para ciertos príncipes modernos como lo fué para las lejiones romanas: solo su union puede hacerles temibles y mantener la paz y la tranquilidad en la Europa.

El mundo sería muy dichoso si las negociaciones diplomáticas bastasen a tener la justicia y a conservar la paz y buena armonía entre las naciones; si los hombres empleasen argumentos en vez de armas, y se contentasen con discutir en vez de matarse unos a otros. La necesidad, empero, obliga a los príncipes a recurrir a otros medios mas crueles. Hay ocasiones en que es preciso defender con las armas la libertad de los pueblos, obteniendo asi por medios violentos lo que no puede conseguirse con razones pacíficas. En estos casos el soberano juega la suerte de su pueblo en los campos de batalla; y solo entonces deja de ser una paradoja ese dicho tan conocido de un gran jeneral, que una buena guerra da y asegura una larga paz.

Una guerra es justa o injusta segun las causas que la provocan. Los soberanos, ofuscados a vezes por sus pasiones o por la ambicion, no ven la injusticia de su conducta, y las acciones mas violentas les parecen justificadas. La