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Y ANTI-MAQUIAVELO.

dirijido todos mis esfuerzos, a fin de desengañar a muchos de la idea erronea que se han formado, o pudieran formarse, acerca de la conducta política de los soberanos en jeneral. He dicho a los reyes que su verdadero interes está en hacerse superiores a sus súbditos en virtudes, para que no se vean estos obligados a condenar en otros los mismos vicios que tolerarian de la real persona. He probado en fin, que no bastan gloriosos hechos de armas para establecer la reputacion de un buen príncipe, sinó que debe procurar en lo posible la felizidad de su pueblo. A esto añadiré ahora, para concluir, algunas consideraciones sobre dos puntos que considero muy esenciales en política: el uno tocante a las negociaciones diplomáticas, y el otro referente a las causas que pueden constituir un casus belli.

Los embajadores y ministros residentes en las cortes estranjeras deben ser considerados en jeneral como una raza privilejiada de espias, cuya mision es observar cuidadosamente la conducta del soberano en cuya corte residen, penetrar sus designios, interpretar sus disposiciones y prever sus obras, a fin de poder informar de cuanto ocurra al príncipe que los emplea en su servicio. El principal objeto de un embajador debe ser, sin duda alguna, el de estrechar los vínculos de amistad y alianza entre los soberanos; pero, en vez de ser mensajeros de paz, son con frecuencia precursores de la guerra. La audacia, la astucia y el soborno son las armas que jeneralmente emplean para arrancar a los ministros los secretos del estado, atrayéndose a los débiles con pérfidas razones, a los orgullosos con lisonjas, y a los interesados con ricos presentes. En una palabra, hacen todo el mal que pueden porque creen pecar por deber y están seguros de la impunidad. Contra los artificios de estos espias deben los príncipes tomar justas medidas. Cuando las negociaciones diplomáticas son importantes, entonces debe el soberano examinar cuidadosamente la conducta de sus ministros, a fin de averiguar si alguna lluvia de Danae ha logrado alijerar en ellos el sueño de la virtud.

En épocas de crisis en que suele tratarse de formar alianzas, el soberano debe poner en juego toda su prudencia y discrecion; debe disecar la naturaleza de sus promesas, para que pueda cumplirlas en lo sucesivo, porque un tratado, considerado en todas sus partes y en sus consecuencias futuras, aparece con mucha mayor trascendencia de la que resulta considerándolo en conjunto. Sucede con frecuencia que aquello que a primera vista nos parece una ventaja real y positiva, no es sinó un miserable paliativo que puede acarrear la ruina del estado. A estas precauciones hay que añadir un cuidadoso esmero en la eleccion de palabras, a fin de que no pueda hacerse una distincion fraudulenta entre la significacion de los términos y el sentido que se les quiere dar.

Debiera formarse una coleccion de todas las faltas que han cometido los príncipes por lijereza o esceso de confianza para uso de los que quisieren firmar tratados o hacer alianzas en lo sucesivo. El tiempo que perderían los reyes en su lectura les serían sumamente útil en la practica de estas espinosas negociaciones.

No siempre se hacen los tratados por conducto de ministros debidamente acreditados. A vezes suelen los príncipes enviar comisionados sin carácter diplomático que hacen sus proposiciones indirectamente y con tanta mayor libertad cuanto que de este modo comprometen menos la dignidad de sus soberanos. Los preliminares de la última paz entre la Francia y la Alemania se concluyeron de esta manera, sin que el resto del imperio ni las potencias marítimas tuvieran noticia de ello.

Víctor Amadeo, el príncipe mas artificioso y mas hábil de su época, sabía mejor que nadie el arte de disimular sus designios: la Europa fue víctima en