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Y ANTI-MAQUIAVELO.

de su carrera [1]; de suerte que nuestra desgraciada patria jime todavía exánime, y se consume esperando algun redentor que ponga fin a la devastacion y frecuente saqueo de la Lombardía, de la Toscana y del reino de Napoles; pide al cielo que levante algun príncipe poderoso para sacarla del yugo pesado y aborrecible de los estranjeros, para cicatrizar las hondas llagas que tiene abiertas tanto tiempo ha, y para conducirla bajo sus estandartes a una victoria permanente contra tan crueles opresores.

Pero ¿en quién podrá la Italia poner los ojos sinó en vuestra casa, que, sobre hallarse visiblemente favorecida del cielo, y en el dia encargada del gobierno de la Iglesia [2], posee además la sabiduría y el poder necesarios para intentar una empresa tan noble? Yo no creo que os presente obstáculos invencibles la ejecucion de este proyecto, si considerais que los grandes príncipes, que os pueden servir de norma, no eran mas que hombres poderosos como vos, aunque su mérito les haya elevado sobre los demas de su especie; y a la verdad ninguno de ellos se halló en una situacion tan favorable como la vuestra. Debo añadir que, estando tambien la justicia de vuestra parte, su causa no podia ser mas lejítima, ni Dios estar por ellos mas bien que por vos. Toda guerra es justa desde que es necesaria; y es humanidad tomar las armas por la defensa de un pueblo, cuando está en ellas su único y postrer recurso. Todas las circunstancias concurren a facilitar la ejecucion de un designio tan noble; y basta para llevarle a buen término, caminar por las huellas que dejaron los hombres ilustres que os he dado a conocer en el discurso de esta obra. ¿Es acaso necesario que hable el cielo? Pues ya ha manifestado tambien su voluntad por señales prodijiosas. Se ha visto al mar abrirse y dar paso por sus abismos; a una nube señalar el camino que se debe seguir; brotar agua de una roca, y caer maná del cielo. Todo lo demas debemos hacerlo nosotros, pues Dios no nos ha dotado de intelijencia y de voluntad sinó es para alcanzar a porcion de gloria que nos está reservada.

Si ninguno de nuestros príncipes ha podido hasta ahora hacer lo que se espera de vuestra ilustre casa, y si la Italia ha sido en sus guerras constantemente desgraciada, consiste en que no ha acertado a reformar sus instituciones militares aboliendo el antiguo método de pelear, y tomando otro mas adaptable a las luzes del dia.

Nada honra mas a un principe nuevo, ni influye tanto en alcanzarle la admiracion y respeto de sus súbditos, como las instituciones y leyes nuevas que establece, cuando estas son buenas y van acompañadas de un carácter de grandeza. La Italia se halla indudablemente bien dispuesta para recibir nuevas formas. A sus habitantes de ningun modo les falta valor; les faltan buenos jefes: y prueba de esto es, que los italianos son muy diestros en los desafios y en otras contiendas particulares, al paso que en las batallas aparece casi apagado su coraje. Un fenómeno tan raro no puede atribuirse sinó a la debilidad e impericia de los oficiales, que no saben hacerse obedecer por aquellos que conocen o presumen conocer el oficio de la guerra; y así vemos que las órdenes de los principales capitanes de nuestro tiempo no se han ejecutado jamás con exactitud y celeridad. Hé aquí porqué los ejércitos levantados en Italia para las guerras que hemos tenido de veinte años acá, han sido casi siempre derrotados. Basta acordarse de las batallas de Tar, Alejandría, Capua, Génova, Vaila, Bolonia y Maestri.

Proponiéndose, pues, vuestra ilustre casa imitar a aquellos antepasados nuestros, que libertaron a su pais del dominio de los estranjeros, debe antes de

  1. Parece que el autor hace aquí alusion al P. Savenarois. (Véase su Historia de Florencia).
  2. Julian de Médicis, electo papa en el año de 1513, y que tomó el nombre de Leon X, llamado comunmente el restaurador de las bellas letras.