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EL PRINCIPE

lidad; pero la vida es demasiado corta para que podamos llegar a este grado de luzidez, y nuestra intelijencia es demasiado imperfecta para que pueda nunca combinar tanta multitud de causas y efectos.

Voy a citar dos grandes hechos, que probarán cuan lejos está la humana sabiduría de prever los acontecimientos. El primero es la sorpresa de la ciudad de Cremona, que intentó el príncipe Eujenio; empresa concertada con toda la prudencia imajinable, y ejecutada con un valor inmenso, pero que se frustró del modo siguiente: El príncipe se introdujo al romper el alba en la ciudad por una cloaca que le abrió al efecto un cura con quien se había puesto de acuerdo; pero tropezó con un rejimiento de suizos que, por un capricho de su jefe, se habían reunido aquella mañana mas temprano que de costumbre en el campo de ejercicios. Este rejimiento le opuso resistencia, y dio lugar a que se reuniera la guarnicion. Además, el guia que debía conducir a sus soldados a una de las puertas de la ciudad, se estravió en el camino; de modo que el destacamento que aguardaba en las afueras el momento oportuno para entrar, llegó tarde al sitio de la refriega.

El segundo acontecimiento a que me refiero es el de la paz que los ingleses hicieron con la Francia antes que terminase la famosa guerra de Sucesion de España. Ni los ministros del emperador de Alemania, ni los mas profundos filósofos, ni los mas hábiles estadistas hubieran podido sospechar en aquella ocasion que un par de guantes habían de cambiar la suerte de la guerra y los destinos de Europa. Y sin embargo, esto mismo fue lo que sucedió al pie de la letra.

La duquesa de Marlborough desempeñaba entonces un cargo palaciego cerca de la persona de la reina Ana de Inglaterra, mientras su esposo recojía en los campos de Brabante ricas cosechas de laureles. Ambos consortes sostenían entonces el partido de la guerra: la duquesa con su influencia y con el favor que gozaba en la corte, y el duque con su gran reputacion y con sus continuas victorias; de suerte que el partido tory, que se inclinaba a la paz y aspiraba al poder, se esforzaba en vano por derribar a sus poderosos rivales. Pero una causa tan fútil como inopinada vino a echar por tierra el poder de la favorita. La reina y lady Marlborough habían mandado hacer al mismo tiempo unos guantes; pero la duquesa, mas impaciente que su augusta señora, dió a entender a la guantera que no había dificultad en que fuese ella servida antes que la reina. Pasados algunos dias, Ana pidio sus guantes con imperio: una dama de honor, enemiga de la duquesa, escusó a la guantera, informando a la reina de cuanto había pasado, y se prevalió de esta coyuntura con tanta malignidad que logró hacer pasar a la duquesa por una favorita insolente e insoportable. Por último, la guantera misma acabó de agriar el humor de la reina Ana refiriéndole el cuento con toda la posible perfidia. Este lijero incidente puso a los cortesanos en fermentacion; la intriga empezó a minar el terreno de la duquesa; el partido tory, a cuyo frente se hallaba el mariscal de Tallard, convirtió el asunto en cuestion política, y la duquesa de Marlborough perdió enteramente el favor de su soberana.

Con la caida de la favorita cayó el partido wigh, que era el de los aliados del emperador de Alemania. El nuevo gobierno se apresuró a ajustar la paz con la Francia, y las demas naciones, viéndose abandonadas de la Inglaterra, ajustaron tambien la paz con Luis XIV. Tal es a vezes el orijen de los mas importantes acontecimientos: la Providencia se burla de la sabiduría y de la grandeza de los hombres, cambiando la suerte de las monarquías por las causas mas fútiles y aun ridículas. En esta ocasion, una intriguilla de mujeres salvó a Luis XIV de las consecuencias desastrosas de una guerra, que ni su sabiduría, ni sus ejércitos, ni sus grandes recursos hubieran podido evitar.