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Y ANTI-MAQUIAVELO.

sería mas imperfecto en su naturaleza que un operario ciego, si, despues de haber creado el mundo, ignorase lo que debía pasar en él. Un relojero, dicen, conoce la accion de la rueda mas pequeña de un relój , porque sabe el movimiento que le imprimieron sus manos y el uso a que la destinó cuando fue fabricada; ¿ y se quiere que Dios, ese Ser infinitamente sabio, sea un simple espectador curioso e impotente de las acciones del hombre? ¿Como es posible que el Creador, que puso tan admirable órden en todas sus obras, sujetándolas a ciertas leyes constantes e inmutables, haya reservado al hombre solo la independencia y la libertad? ¿No es esto decir que el capricho de los hombres, y no la Providencia, es quien gobierna el mundo? ¿Cuál es el autómata; el Creador o la criatura? Natural es que lo sea el hombre, en quien reside la flaqueza, y no Dios, en quien residen la fuerza y el poderío. La razon y las pasiones, son pues, cadenas invisibles, con las cuales la Providencia gobierna y conduce al jénero humano, a fin de que sus acciones todas cooperen a provocar los acontecimientos que dispuso su eterna sabiduría.

De modo que, por huir de un escollo, tropiezan los filósofos con otro, empujándose mutuamente hacia el abismo del error; mientras que los teólogos pinchan, cortan y tenazean en la tinieblas a los que caen bajo su férula, y se escomulgan unos a otros devotamente por pura caridad. Estos furiosos escolásticos se pelean como los romanos y los cartajineses: cuando estos veían que las tropas romanas amagaban al África, llevaban ellos la guerra a Italia; y cuando los romanos vieron a Anibal próximo a llamar a las puertas de Roma, enviaron las lejioñes a sitiar a Cartago. La índole de les solistas se asemeja mucho al carácter nacional de los soldados franceses: son muy buenos para atacar, pero muy malos para defenderse. Por esto aseguraba un decidor chistoso que Dios era el padre de todas las sectas, porque a todas había dado armas iguales, repartiendo entre ellas, por iguales partes, la razon y el desvarío.

Maquiavelo ha querido desenterrar del campo de la metafísica este antiguo problema de la libertad y la predestinacion del hombre, para trasportarlo al terreno de la política, sin tener en cuenta que estas materias son enteramente estrañas a su asunto. El hombre político debe tratar de aguzar su penetracion a fin de obrar o escribir con prudencia; y poco le atañe averiguar si existe o no en el hombre el libre alvedrío, o si la casualidad y la fortuna son arbitros de los destinos del jénero humano.

Fortuna y casualidad son palabras vacías de sentido, que sin duda deben su oríjen a la ignorancia de los hombres, que han designado con nombres vagos e inciertos los efectos cuyas causas desconocen. Así es que, cuando hablamos de la fortuna de Cesar, aludimos a las circunstancias y coyunturas que favorecieron los designios de aquel hombre ambicioso; del mismo modo, que al hablar del infortunio de Caton, queremos dar a entender las desgracias que sobrevinieron, y aquella multitud de contratiempos cuyos efectos aparecieron con tal rapidez en pos de sus causas, que toda la prudencia de Caton no bastó a preverlos ni a combatirlos.

Lo que entendemos por casualidad se esplica por el juego de los dados mejor que con cualquier otro ejemplo. La casualidad hace que los dados, al caer sobre el tapete, marquen doce puntos en vez de siete, o siete en vez de doce. Para descomponer este fenómeno físicamente, sería necesario que nuestra vista fuese tan penetrante que pudieramos ver la posicion de los dados cuando entran en el tubo de carton, los movimientos de la mano que los sacude, las vueltas que dan, etc.: todas estas causas, en conjunto, constituyen lo que llamamos casualidad. Pero las facultades del hombre son muy limitadas, y por eso no podremos nunca prever los golpes de la fortuna. Cuanto mas aguze el hombre su entendimiento, tanto mas se acercará a la resolucion de los problemas de la casua-