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Y ANTI-MAQUIAVELO.

tonces correrá el riesgo de verse despojado de sus estados por aquel mismo a quien imprudentemente confie toda su autoridad. Para ponerse a salvo de este peligro, si en lugar de un consejero solo tiene muchos, y destituido de talento quiere conciliar los pareceres distintos de sus ministros, que acaso se ocuparán mas del interés propio suyo, que de los del estado, sin recelarlo él siquiera, ¿cómo podrá evitar su perdicion? [1] Por otra parte los hombres en jeneral son malos, y no se inclinan al bien sinó obligados por la fuerza; de lo que se infiere que la sabiduría sola del príncipe es la que ha de producir los buenos consejos [2], y que los buenos consejos nunca o rara vez suplan la sabiduría del príncipe.


Exámen.

No hay un libro de historia ni de moral en que no se censure severamente el amor que suelen tener los príncipes a la adulacion. Queremos que los reyes sean amigos de la verdad, que sus oidos se acostumbren a ella, y con razon lo deseamos. Pero tambien queremos que tengan suficiente amor propio para amar la gloria, en lo cual veo casi una contradiccion: porque exijir de un príncipe acciones grandes y loables, y pretender al mismo tiempo que renuncie a la única recompensa que cabe dispensarles, es exijir demasiado de la humana naturaleza; y es contradictorio querer que se afane por merecer elojios, y que los desprecie despues de merecidos. Mucho honor hacemos a los príncipes si creemos que puedan ejercer mas imperio sobre sí mismos que sobre los demas; y no debemos olvidar que el desprecio de la virtud proviene de la indiferencia con que miran algunos su buena o mala reputacion.

«Contemptus virtutis ex contemptu famæ.»

Es tambien digno de notarse que los príncipes insensibles a su reputacion, han sido comunmente indolentes o voluptuosos, cuerpos viles y corrompidos, incapazes de toda virtud. Tambien los ha habido tiranos y crueles, que han gustado de la adulacion; pero esta odiosa vanidad es un vicio mas que los afea, porque, lejos de merecer elojios, sus hechos han sido y son el oprobio de la humanidad.

Para un príncipe vicioso, la lisonja es un veneno mortal que fecundiza la semilla de su natural corrupcion; para el virtuoso, es una mancha que enmohece y empaña el brillo de su gloria.

Es preciso distinguir la adulacion grosera de la astuta lisonja. Un hombre de talento rechaza la primera, pero rara vez sabe resistir a la segunda. Hablo de ese arte sofístico que emplean algunos con tanta habilidad para disimular los defectos y justificar las pasiones; que sabe dar a la crueldad la apariencia de justicia; que confunde la prodigalidad con la liberalidad, el vicio con el placer; y que cuida sobre todo de exajerar los vicios de los demás para que resalten menos los defectos del heroe. La mayor parte de los hombres caen en los lazos de estos aduladores, que, sin mentir por completo, hallan escusas para toda clase de acciones; y mucho menos podrán tratarlos con desden o rigor cuando les alaban sus buenas cualidades.

La lisonja que se funda sobre una base sólida es la mas sagaz de todas; es preciso tener muy fino el discernimiento para poder distinguir aquello que añade por via de adorno a la verdad desnuda. Un adulador fino no irá en pos del soberano a los campos de batalla con un séquito de poetas que canten

  1. Claudio, segun Tácito, no sabia dejarse llevar por el consejo de otro, ni guiarse por el suyo propio.
  2. Alfonso, rey de Aragon, tenía por el mayor absurdo que los reyes se dirijiesen por sus ministros, y los jenerales de un ejército por sus tenientes. (Panormi. De rebus gestis Alfonsi.)