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cipes belicosos, insolentes, crueles y ladrones, condiciones que quieren ejercitar a cuenta de la paciencia de los pueblos para cobrar doble sueldo y satisfacer su avaricia y su crueldad. Por eso, aquellos emperadores romanos que no estaban dotados de las cualidades precisas para frenar a los soldados y a los pueblos, sucumbieron, especialmente aquellos que de ciudadanos subieron a emperadores, porque comprendiendo la dificultad de casar y concertar los intereses de la milicia con los del pueblo, atendieron a la milicia, curándose poco de contentar a éste. Determinación que hay que adoptar al fin y al cabo, porque como los príncipes no pueden conseguir que algunos dejen de odiarles, deben procurar que sean los menos y los que no cuenten con la fuerza de las armas. Por eso los emperadores que buscaban apoyos decisivos para disimular su encumbramiento los buscaban en la milicia primero que en el pueblo, cosa que les era útil o nociva, según las circunstancias de lugar y tiempo.

Por eso Marco Aurelio, Pertinax y Alejandro, hechos a vivir modestamente, amantes de la justicia, enemigos de la crueldad, clementes y benignos, tuvieron triste fin, a excepción del primero.

Marco Aurelio vivió y murió honradísimo, porque habiendo escalado el solio imperial por herencia, no debía este favor ni a la milicia ni al pueblo.

Y como inspiraba veneración por sus excelentes cualidades, pudo mantener a todos en la raya, no siendo jamás odiado ni despreciado.