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el cariño de los boloñeses a su príncipe, que al morir Aníbal sin sucesor y llegando al oído de ellos que en Florencia había un hijo natural del príncipe asesinado, que vivía en casa de un artesano como hijo suyo, vino a Florencia una comisión de Bolonia, lo llevó a aquella ciudad y le dió el mando de ella, administrándola hasta que Juan Bentivoglio llegó a la mayor edad.

Debe cuidarse poco el príncipe de las conspiraciones si es popular, pero como sea odioso, las cañas se le tornan lanzas y debe recelarlo todo de las cosas y de los súbditos. Los príncipes prudentes y los gobiernos que saben regirse han de cuidar con toda diligencia de tener contento al pueblo y de no desesperar nunca a los nobles. Deben dedicar la atención posible a estos menesteres.

Francia puede figurar hoy como pueblo bien regido y bien administrado. En Francia hay instituciones excelentes que garantizan la libertad y la seguridad del monarca. El Parlamento goza, por ejemplo, de grandes prerrogativas. Los fundadores de Francia conocían perfectamente la ambición y el atrevimiento de los grandes e inventaron algo que les sirviera de freno, y como no desconocían tampoco el odio que tiene el pueblo a la nobleza por el miedo que les inspira, procuraron crear un instrumento que refrenase a ambas clases sociales, que no estuviera a cargo del monarca, con objeto de que no se disgustase éste con la nobleza si favorecía al pueblo o con el pueblo si los nobles eran los favorecidos. Y así crearon un tercer poder,