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de cumplirse por deslealtad del príncipe, que ha sabido ganar siempre que ha imitado a la zorra.

De todos modos, hay que disfrazar bien las cosas y ser maestro en disimulo, porque el hombre es tan cándido y depende tanto de las circunstancias, que siempre habrá un engañado para un engañador.

Citaré un ejemplo. El Papa Alejandro VI no pensó ni hizo cosa alguna que no fuera un engaño.

No he conocido a nadie que fingiese con mayor seriedad, que hiciese acompañar a una promesa de más juramentos, que ni por acaso cumplió nunca. Sus engaños le aprovecharon siempre, porque conocía perfectamente a la humanidad.

Mejor es que parezca que un príncipe tiene buenas cualidades a que las tenga en realidad. Casi estaba por decir que si las tiene y las practica de continuo le perjudican, y que le benefician si parece que las tiene. Le será muy útil que parezca piadoso, fiel, humano, íntegro y religioso, y hasta le será muy útil que lo sea, siempre que esté resuelto a ser lo contrario de lo que parece cuando haga falta.

Es arriesgado que un príncipe-que un príncipe nuevo, sobre todo-practique virtudes que le den fama de bueno ante los hombres, ya que necesita muchas veces, si ha de conservar su poder, faltar a la lealtad, a la bondad, a la clemencia y a la religión. Ha de ser tan dúctil que sepa plegarse a las circunstancias que las vicisitudes de la vida le deparen, y mientras pueda ser bueno, no debe dejar de serlo, cosa que no reza para cuando tenga que