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de sus parlamentarios, ni vengó las víctimas ni corrigió los desmanes de su lugarteniente, porque era bueno de condición. Para justificar sus actos, alegó un senador que había muchos hombres como Escipión que, como no sabían faltar, eran incapaces de corregir faltas ajenas. Condición que hubiera perjudicado a Escipión, sin proporcionarle ninguna ventaja, si este capitán hubiera ejercido siempre el mando supremo. Sometido que estaba al Senado de Roma, esta condición sirvió para realzarle.

Volviendo, para concluir, al tema de si un príncipe debe ser temido o amado, diré que los hombres aman según su voluntad y que temen según la voluntad del príncipe. De modo que si el príncipe tiene prudencia, debe cimentar su poder en sí mismo y no en los demás, procurando únicamente que no le odien sus vasallos.

CAPÍTULO XVIII

CÓMO DEBE GUARDAR EL PRÍNCIPE LA FE JURADA


El príncipe, como todos saben, debe preferir sin duda la lealtad a la falacia. La historia de nuestra época nos dice, no obstante, que príncipes que acometieron magníficas hazañas prescindieron muchas veces de la fe jurada, tratando a todas horas de engañar a los hombres y cogiendo en sus redes a los que fiaban de su lealtad.

Unas veces se combate con las leyes y otras con