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gren se pondrán enfrente de ti. El príncipe que descansa en las promesas de los hombres y no cuenta con otros medios que tales promesas está perdido, porque el afecto que se compra y no se alcanza por nobleza de ánimo deja de existir cuando los contratiempos de la vida le ponen a prueba. De modo que no puede contarse con él. Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen, porque la amistad, como es lazo moral, se rompe muchas veces por los malvados, que se curan más de sus intereses. En cambio, el temor hace que piense en un castigo que trate naturalmente de esquivar.

El príncipe debe hacerse temer de tal modo que el temor no excluya el cariño ni engendre el odio, porque se puede temer sin odiar a una persona, cosa que logrará siempre que procure y fomente el respeto a las haciendas y mujeres de sus vasallos. Cuando tenga que hacer derramar sangre ajena, ha de ingeniárselas de suerte que tenga una justificación muy grande y por causa que sea notoria para todos. Y no se quede nunca con sus haciendas, porque los hombres podrán olvidar la muerte del padre, pero no la pérdida del patrimonio. Y no hay que olvidar que nunca faltan motivos para decretar una confiscación, y que los que viven de la rapiña se acostumbran a explotarla a todas horas, mientras que no hay, por regla general, motivos serios que aconsejen la imposición de las penas de muerte.

Cuando el príncipe se halle al frente de sus tropas y tenga que dirigir muchos soldados, tenga cui-