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gado a muy altos y elevados puestos, responderé que no es lo mismo ser príncipe que querer serlo.

En un caso, la liberalidad es dañosa, pero es indispensable en el otro, y César fué uno de los que aspiraron en Roma al poder supremo. Y si cuando lo consiguió hubiera vivido siempre sin moderar los grandes gastos, hubiera perdido el poder que alcanzó con su liberalidad.

Y si se me dice que ha habido príncipes con fama de muy liberales que hicieron grandes cosas al frente de sus huestes, distinguiré si atendió a sus liberalidades con dinero propio, con dinero de sus vasallos o con dinero ajeno. En el primer caso debe ser parco. En el segundo, no ser liberal a cuenta y riesgo de los que pagan. En el tercero, cuando el principe capitanea unas tropas que se mantienen con los robos, los saqueos y los rescates que hace al enemigo, tiene que ser liberal a la fuerza, porque si no lo es dejarán de seguirle sus soldados.

Puedes ser muy generoso y muy liberal con lo que no es tuyo ni es de tus vasallos, como lo fueron Ciro, César y Alejandro, porque el gastar lo ajeno antes da que quita fama, pero te perjudicarás gastando de lo tuyo.

La liberalidad es condición que, por su naturaleza, se desgasta y consume con presteza, porque la vas desgastando al paso que te vas desposeyendo de los medios que te dan fama de liberal y llegas a ser pobre y despreciado, al menos que para huir de ambas cosas caigas en la rapacería y te hagas odioso. La liberalidad conduce a inspirar odio o