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sonal suyo, debe importarle poco, como sea prudente, que le califiquen de tacaño, porque las gentes variarán de parecer cuando sepan que ajusta sus salidas a sus entradas, y que puede defenderse en la guerra de los enemigos que le ataquen y aun comenzar conquistas sin gravar al pueblo por eso, de modo que resulte liberal para aquellos a quienes no castiga con nuevos impuestos, que son infinitos, y tacaño en opinión de los que no reciban beneficios, que son muy pocos.

Solamente los avaros han hecho grandes cosas en los tiempos que corremos; los otros han sido víctimas de su propia liberalidad. Julio II aprovechó la fama que tenía de liberal para ser pontífice y no se sirvió luego de esa fama, porque le pareció preferible tener recursos para combatir al monarca francés. Pudo así guerrear constantemente sin imponer gravámenes a los suyos, renunciando a los gastos innecesarios y realizando muchas y muy buenas economías. Si el rey de los españoles, Fernando V el Católico, tuviese fama de liberal no hubiera triunfado en tantas conquistas.

No se preocupe demasiado el príncipe si le llaman tacaño, aunque lo sea, para no verse en el trance de tener que robar a sus vasallos, para que pueda defenderse, para que no caiga en la pobreza y en el desprecio ajeno y para no tener que convertirse en rapaz, porque el vicio de la avaricia podrá servirle para mantenerle en el poder.

Si alguno me dijera que César debió el imperio a su liberalidad y que otros por liberales han lle.