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el estudio del arte militar, más, si cabe, en épocas de paz que en épocas de guerra. Cosa que puede conseguir bien con estudios teóricos, bien con ejercicios prácticos. Estos le servirán para que sus tropas se organicen y disciplinen perfectamente.

Y los príncipes han de consagrarse a la caza para que el cuerpo se habitúe a los trabajos, además de conocer la conformación de los terrenos, cómo se forman los valles y las montañas, cómo se extienden los llanos y de dónde nacen los pantanos y los ríos, poniendo el mayor interés en ese estudio.

Conocimiento que es preciso si nos detenemos a considerar que, en primer lugar, se estudia el propio país y se conocen mejor las condiciones naturales de su defensa, y en segundo, que la práctica que se adquiera nos da luces para reconocer rápidamente las características que se den en cualquiera otro suelo. Así las colinas, los valles, los llanos, los ríos y los pantanos de Toscana tienen gran semejanza con los de las demás provincias, y conociendo bien una comarca, se tiene mucho adelantado para conocer cualquiera otra.

Si tal pericia no acompaña al príncipe, le falta una de las condiciones necesarias para ser un buen general, porque esa condición le sirve para conocer al adversario, para buscar alojamientos a sus tropas, para guiarlas y conducirlas, para preparar las batallas, para guerrear, en fin, ventajosamente.

Los historiadores alaban mucho a Filopémeno, príncipe de los aqueos, porque en la paz pensaba constantemente en el arte de la guerra, y cuando