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luchar contra el enemigo con su cuchillo y con su honda.

Los ejércitos extranjeros, o te arruinan, o huyen de ti, o te asfixian. Cuando Carlos VII, padre del rey Luis XI, logró echar a los ingleses de Francia, a fuerza de arrojo y de suerte, comprendió cuán necesario le era un ejército suyo, dando a su reino las ordenanzas de los hombres de armas y de la infantería. Luego su hijo Luis prescindió de la infantería, tomando suizos a sueldo. Esta falta, cometida también por sus sucesores, ha sido manantial de grandes desdichas para Francia, porque como estaba acostumbrado a pelear a la vera de los suizos, se imaginaba que no lograría vencer sin su ayuda. De aquí que los franceses no sepan pelear entre sí, ni contra otros, mas que en compañía de los suizos.

Los ejércitos de Francia son, por lo tanto, una mezcla de ejércitos nacionales y de ejércitos mercenarios, organización preferible a la de los ejércitos auxiliares y a la de los completamente mercenarios, pero muy inferior a la de los puramente nacionales. Basta para demostrarlo el ejemplo que ahora aduzeo, porque la nación francesa no podría ser derrotada si se hubiera observado el régimen de Carlos VII; la experiencia humana, no obstante, se cura sólo de la ventaja inmediata, sin ver el veneno que oculta, como acontece en la fiebre hética.

El príncipe que no conoce los males mas que cuando son incurables no merece el nombre de sabio. Pocos alcanzan tal sabiduría.