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Cuando los florentinos, que estaban completa mente inermes, llevaron diez mil franceses al sitio de Pisa, estuvieron a punto de peligrar con más gravedad que en ocasión alguna de su historia.

Diez mil turcos envió a Grecia el emperador de Constantinopla para contrarrestar el influjo de sus vecinos; mas los turcos, acabada la guerra, no quisieron salir de aquel territorio, de modo que los griegos comenzaron a sufrir el yugo de los infieles.

El que quiera ser derrotado, lo mejor que puede hacer es valerse de estos ejércitos, de mucho mayor peligro que los mercenarios, porque una vez consumada la destrucción del que amparan vuelven unidos a obedecer a su señor, mientras que si los mercenarios vencen, necesitan para alzarse contra el que les paga oportunidad y coyuntura, ya que no forman un ejército unido. En conclusión, los ejércitos mercenarios son peligrosos por su tardanza y por su cobardía en la batalla, y los auxiliares por su valor. Los príncipes prudentes han de huir como de la peste de tales tropas, prefiriendo las propias, prefiriendo resultar vencidos y derrotados con éstas que vencedores y triunfantes con aquéllas, sin considerar verdaderas victorias las que se logran con ejércitos ajenos.

Siempre presentaré en estas ocasiones el caso de César Borgia y de sus empresas. Entró en la Romaña con tropas auxiliares, todas ellas de Francia, y con ellas conquistó a Imola y a Forli. Advirtiendo que no debía confiarse en tales tropas y que los soldados mercenarios eran menos peli-