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a sueldo a los generales Bartolomé de Bérgamo, Roberto de Sanseverino, el conde de Pitigliano y otros de tal calaña, con los que no podían ganar nunca, sino perder siempre. Así ocurrió con la batalla de Vaila, en la que perdieron en veinticuatro horas lo que habían ganado en ochocientos años, pues con tales ejércitos las conquistas son pesadas, y son lentas, y son flojas, y en cambio se pierde con rapidez y se pierde todo.

Estos ejemplos me han obligado a discurrir solamente sobre Italia, en donde sólo existen ejércitos mercenarios desde hace ya muchos años; por eso me ocuparé ahora de cosas más lejanas, para que vistas las fuentes y las derivaciones de una dolencia tan aguda, sea más fácil corregirla y aliviarla.

Recordemos que cuando Italia comenzó a rechazar el Imperio en estos últimos tiempos y que cuando el poder temporal de la Iglesia comenzó a cobrar alguna importancia, Italia se fraccionó en muchos Estados, porque muchas grandes ciudades pelearon contra la nobleza que, favorecida por el Imperio, les oprimía, mientras la Santa Sede les auxiliaba para asentar así mejor los cimientos de su dominación. Otras ciudades se declararon independientes poniendo a sus habitantes al frente del gobierno.

Con este procedimiento llegó Italia a estar en manos de la Iglesia y de algunas repúblicas, y como ni los eclesiásticos ni los ciudadanos sabían manejar las armas, comenzaron a tomar a sueldo tropas forasteras. El primero que empleó esta clase de milicias fué Alberico de Conío, natural de la Ro-