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de su fallecimiento y del de César fué la Santa Sede la que aprovechó todos sus esfuerzos y energías.

Luego, el Papa Julio II, al ascender a la Silla, encontró el poder de la Iglesia fortalecido con el dominio de la Romaña, y a los barones romanos sin influencia ni prestigio alguno, porque el Papa Alejandro VI había conseguido reducir a la nada los dos bandos en que se dividían. Pudo también acumular más dinero que su antecesor Alejandro, superándole y aun aventajándole en sus cualidades políticas excepcionales, porque ganó a Bolonia, batió a los venecianos y arrojó de Italia a los franceses, empresas todas dignas de la mayor alabanza, porque no se propuso con ellas enriquecer a sus parientes, sino sencillamente engrandecer el poder temporal de la Iglesia. Y supo contener, además, a los Orsini y a los Colonna en el triste estado en los que dejara Alejandro VI, pues aunque no habían desaparecido del todo las causas que les incitaban al disturbio y al motín, dichos nobles se mantuvieron quietos y pacíficos, no solamente a causa del gran poder de la Iglesia que les llenaba de miedo, sino porque ninguno de los dos bandos contaban con cardenales de su apellido, que estos cardenales eran los alentadores de toda suerte de querellas dentro y fuera de Roma en los dos bandos, en los cuales, y por una fuerte necesidad, tenían que alistarse forzosamente los barones. Así es cómo los prelados ocasionaban las luchas y los disturbios entre la nobleza romana.