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de gobernarlos, porque tales vasallos ni se curan de su emancipación y libertad ni piensan en ellas.

Estos principados son los únicos tranquilos y los únicos felices. Gobernados por preceptos tan altos que la inteligencia humana no puede alcanzar, no hablaré de ellos. Formados y mantenidos por Dios, sería presunción y temeridad en mí hacer la crítica de ellos.

Sin embargo, como cabe la pregunta de por qué el poder temporal de la Iglesia se está haciendo tan fuerte, cuando antes del pontificado de Alejandro VI los potentados italianos y los barones y señores, por menguada que fuera su dominación, tenían en poco dicho poder temporal, cuando es el caso que hoy la Iglesia hace temblar al monarca francés, le echa de Italia y provoca la ira de la República Veneciana, justo es responder con hechos que, a pesar de ser muy conocidos, necesitan algún estudio.) Cuando el rey Carlos VIII de Francia puso sus plantas en Italia, dominaban en ella el Papa, los venecianos, el rey de Nápoles, el duque de Milán y el señorío de Florencia. Todas estas potencias se curaban especialmente de que ningún forastero entrara con tropas en Italia y de que ninguna de ellas ensanchara sus fronteras en detrimento de los demás.

El Papa y los venecianos no inspiraban, sin embargo, mas que recelos y suspicacias en este particular. Para contener a éstos era precisa la de los demás príncipes italianos, cosa que ocurrió