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que el príncipe gobierne Estados tan fuertes que en momentos de apuro pueda defenderse por sí mismo o que necesite del amparo ajeno para su defensa. Escribiré, para la mayor claridad de mi argumentación, que, a mi juicio, los Estados que tienen mucho dinero y muchos hombres, y que por tenerlos pueden organizar ejércitcs y luchar contra el agresor, están en razón de defenderse por sí mismos. Y que, por el contrario, necesitan de valedores y de amigos los Estados que no pueden dar la cara al enemigo en campaña y tienen que parapetarse ante él detrás de las murallas de una fortaleza.

Ya he tratado del primer caso y volveré a parme de él. Tratando del segundo tengo para mí que los príncipes de Estados débiles deben abastecer y fortalecer la plaza de su residencia, no cuidándose del resto del país. La razón es obvia; el príncipe que tenga bien abastecida la capitalidad de sus dominios y se conduzca bien con los derr ás príncipes y con sus propios vasallos, ya he dicho y volveré a repetir que siempre será atacado con grandes precauciones, porque los hombres no se arriesgan en empresas que de antemano se les antojan peligrosas, y todas las ventajas están de parde del príncipe que ha sabido resguardarse y contar en caso necesario con el cariño de sus vasallos.

Así gozan de gran libertad las ciudades alemanas, sencillamente porque tienen muy poco territorio, y solamente cuando les viene en ganas obedecen al emperador o a cualquier otro magnate, pues