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con Agatocles, conformándose con el disfrute de Africa y dejándole a él el de Sicilia.

La fortuna nada tiene que ver, por consiguiente, si estudiamos a fondo la vida y el esfuerzo de Agatocles. Si llegó a la soberanía, no fué por el favor, sino ascendiendo en las escalas de la milicia, según antes digo, con toda suerte de trabajos y de peligros, conservando el principado entre las luchas más horribles y dando cima a las más arriesgadas empresas.

No es que llame yo virtud al asesinato de los conciudadanos, a la traición de los amigos, ni a la carencia de la piedad, de la buena fe y de la religión, condiciones con las que puede conquistarse la soberanía, pero de ningún modo lograr la gloria.

No se puede considerar a Agatocles inferior a ningún gran capitán si tenemos en cuenta su denuedo para hacer frente a los peligros, la habilidad desplegada en sortearlos y su grandeza de ánimo para vencer y vencer las calamidades, aunque su desenfrenada crueldad, su absoluta carencia de moral y sus infinitas perversidades nos veden que le incluyamos en el catálogo de los grandes hombres. No tratamos, por lo expuesto, de achacar a la virtud o a la fortuna lo que sin fortuna y sin virtud supo conseguir Agatocles.

En la época que vivimos, y durante el pontificado de Alejandro VI, quedó huérfano desde muy niño Oliverotto de Fermo, criándolo y educándolo Juan Fogliani, hermano de su madre. Desde muy joven consagróse a la carrera militar a las órdenes