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plos, uno antiguo y otro moderno, sin glosarlos apenas, porque la referencia ya es un juicio para el que se proponga imitarlos. Así el siciliano Agatoeles no solamente pertenecía a la plebe, sino que era de la casta más ínfima y abyecta, a pesar de lo cual llegó a ser rey de Siracusa. Hijo de un alfarero, fué toda su vida un pillo, pero con tal fortaleza de espíritu y aun de cuerpo, que de simple soldado llegó, por medio de ascensos y recompensas, a trocarse en pretor de Siracusa.

Siendo pretor, estando resuelto a ser príncipe empleando procedimientos violentos y sin que tuviera que agradecer para maldita la cosa las recompensas que todos sus conciudanos se habían apresurado a concederle, comunicó sus deseos al cartaginés Amílcar, que estaba con las tropas en Sicilia. Convocó una mañana al Senado y al pueblo de Siracusa, diciéndoles que trataría con ellos de asuntos atañaderos a la república, ordenando que los soldados, a una señal convenida, asesinasen a los senadores y a los varones más ricos de la ciudad. Con estos asesinatos se apoderó de la soberanía y ejerció de príncipe sin ninguna otra lucha civil. Los cartagineses le derrotaron hasta dos veces y además de derrotarle le sitiaron, pero a pesar de ello no sólo pudo defender su ciudad, sino que, dividiendo su ejército y dejando parte de él en ésta, trasladó otra parte a Africa, librando del sitio a Siracusa y cercando a los cartagineses de toda clase de inconvenientes, porque, al fin y a la postre, éstos se vieron obligados a firmar la paz