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modo de como se produjo, siendo obstáculo solamente para que coronase sus planes la brevedad de la vida de Alejandro y el que ocurriese el fallecimiento del Pontífice cuando César estaba gravemente enfermo. Y quien juzgue que le es preciso en su principado nuevo ponerse a buen recaudo de los adversarios, ganarse amigos, bien por la astucia, bien por la violencia, hacerse amar o temer por los pueblos, lograr que los soldados le sigan y respeten, reformar el régimen viejo con flamantes modificaciones, ser severo y agradecido, magnánimo y liberal, destruir las tropas desleales, crear nuevos ejércitos y conservar la amistad de príncipes y de reyes, hasta el extremo que deseen llenarle de beneficios y teman jugarle una mala partida, no encontrará mejor ejemplo que el que ofrece César Borgia con sus actos de gobierno.

Tal vez haya que acusarle por no haber sabido elegir mejor con motivo del nombramiento de Julio II. Ya he dicho antes que no pudiendo elegir Papa a su gusto, pudo evitar y supo evitar, al menos, que fuese elegido un adversario suyo. Pero no debió consentir que recayese la elección en ninguno de los cardenales que él había ofendido, para que al llegar al Pontificado no siguiera temiéndole, porque sabido es que los hombres solamente ofenden por odio o por miedo. Los cardenales que César había ofendido eran, entre otros, los cardenales de San Pedro Advíncula, Colonna, San Jorge y Ascanio.

Todos los demás que llegasen al solio pontificio