Página:El príncipe - Colección Universal Nro. 953 (1924).pdf/43

Esta página no ha sido corregida
41
 

do que sucumbir ante una dolencia, mortal de necesidad. Pero era el duque tan valeroso y tan astuto, conocía tan bien a los hombres que había de ganar o había de tener enfrente, y supo asentar su dominio sobre bases tan firmes en tan poco tiempo, que de haber gozado de salud y a no haber tenido frente a sus planes la fuerza de dos ejércitos adversarios, tengo para mí que hubiera vencido todas las dificultades que le salían al paso.

Ya se vió, al esperarle la Romaña más de un mes, que no eran flacos los cimientos de su dominio; que en Roma, aunque estaba medio muerto, permanecía seguro, y que los Baglioni, Vitelle y Orsini no encontraron gentes que alzaran sus armas frente a César. Y si no pudo hacer que fuera elegido Papa quien él quería, logró al menos que dejara de serlo quien él no deseaba que lo fuera.

Si la muerte de Alejandro VI le hubiera cogido con buena salud, todo le hubiera salido según sus propósitos. El mismo César me dijo el día de la elección de Julio II que tenía previsto todo cuanto pudiera suceder al fallecimiento de su padre, y que todo había podido remediarlo. No pudo imaginar, no obstante, que se encontraba moribundo al fallecer su padre.

No me atrevo a censurar ninguno de los actos del duque porque los conozco; antes bien, me atrevo a proponerlo como modelo de los príncipes que llegan al poder por la fortuna ajena y por las ajenas armas. Tuvo César grande aliento, tuvo nobles intenciones, y no podía conducirse de otro