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las fronteras de su Estado, quedábale, si quería continuar ensanchando sus dominios, mirar de igual a igual al rey de Francia, porque de sobra comprendía este soberano que ya no le era posible intentar nuevas incursiones de anexión y de conquista.

Y comenzó buscando y pactando nuevas alianzas, mostrándose vacilante con relación a los franceses, cuando éstos llegaron al reino de Nápoles para combatir a los españoles que estaban poniendo cerco a la ciudad de Gaeta. Quería hacerse fuerte contra ellos, cosa que hubiera logrado a buen seguro, de no haber muerto su padre, el Pontífice Alejandro VI.

Tal fué la conducta de César Borgia con relación a los asuntos presentes. Por lo que respecta a los futuros, temió que el sucesor en la Sede Apostólica de su padre no fuera amigo suyo y le quitase lo que su padre le había dado. Para ello hizo frente al peligro que creía avecinársele de cuatro modos. El primero consistía en extinguir las generaciones de los señores a los que había desposeído de sus Estados, con lo que le quitaba al nuevo Pontífice el pretexto de desposeerle a él. El segundo consistía en atraer a su fracción a todos los nobles de Roma para dominar por este conducto al Pontífice. El tercero estribaba en buscarse en el Colegio Cardenalicio el mayor número de adeptos, y el cuarto en extender de modo tan singular el número y la calidad de sus Estados, que, antes de fallecer el Papa Alejandro, le encontrara propicio a recibir los primeros ataques del enemigo.