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tablecer un gobierno fuerte con objeto de restablecer el orden y someterlo a su autoridad, nombrando gobernador a Ramiro d'Orco, hombre cruel y resuelto, a quien dió plenas facultades. Este gobernador pacificó la Romaña en pocos mese, concilió y amigó los partidos, adquiriendo justa fama por sus dotes. Después juzgó el duque que una autoridad tan amplia sería completamente estéril porque sospechaba que llegaría a ser odiosa, y formó un tribunal de carácter civil en el seno de la provincia, presidido por un personaje de gran reputación, y al cual debía enviar cada ciudad su procurador o letrado. Imaginando por otra parte el duque Valentino que la rigidez de antaño le hubiera concitado odios de sus vasallos, quiso probar, para sincerarse con ellos y ganarse su beneplácito, que de las crueldades cometidas no tuvo él la culpa, sino que el culpable fué su ministro por la dureza de su carácter. Y aprovechó para ello la primera coyuntura favorable que se le presentó, mandando una mañana desollar de arriba abajo el cuerpo de Ramiro, exponiéndole colgado de un garfio junto a un cuchillo lleno de sangre, en la plaza de Cesena. El horror de este espectáculo satisfizo y llenó de espanto, a la vez, a aquellos pueblos.

Tornemos, sin embargo, a nuestro tema. Siendo ya el duque un señor bastante poderoso y estando al abrigo de sorpresas inminentes por contar con tropas que le eran personalmente adictas y haber acabado con los que se dedicaban a molestarle en