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como el pez en el agua con el régimen anterior, y sólo encuentra tímidos defensores entre los favorecidos con el nuevo régimen, timidez que produce, en primer lugar, el miedo a los adversarios, que utilizan en su favor las antiguas leyes, y en segundo, por el ingénito recelo de los hombres, que no se convencen de que una cosa nueva es buena hasta que no se convencen experimentalmente. De aquí nace que los enemigos de todo cambio formen partido para combatirlo en cuanto hallan coyuntura favorable, mientras que los defensores defienden la mudanza con timidez, con cautela y sin comprometerse demasiado, de suerte que unos y otros ponen en peligro el régimen nuevc.

De modo que para tratar esta cuestión a fondo ha de examinarse si los innovadores lo son por propia iniciativa o porque cuentan con gentes que les guarden las espaldas; es decir, que si para ejecutar su empresa necesitan apelar a la persuasión han de emplear en todo caso la fuerza, porque en el primer caso fracasarán siempre sin conseguir jamás cosa alguna. En cambio, si son independientes y pueden apelar a la fuerza, rara vez peligrarán.

Téngase en cuenta que siempre han vencido los profetas armados y que siempre han fracasado los profetas inermes.

Pero además de estas razones, hay que contar con el carácter voluble de los pueblos; cosa difícil es persuadirles, pero difícilmente también persisten en el engaño, una vez convencidos. Así es que conviene organizarles de modo que cuando no