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descontentos y los ambiciosos. En vez de mantener en Nápoles un monarca tributario suyo, le echó de allí llamando a quien pudiera arrojarle a él.

No hay que sepamos más natural ambición que la de adquirir, y cuando saben lograrla los hombres que tienen alientos para ser ambiciosos, son más dignos de alabanza que de vituperio; pero si ambicionan sin poder de ambición, a tontas y a locas, sigue a su error el desprestigio. Si el rey de Francia tenía capacidad para realizar la ocupación del reino de Nápoles con su propia fuerza, debió hacerlo; pero si no la tenía, lo natural es que no dividiera el reino. La división de la Lombardía con los venecianos tenía justificación porque daba lugar a su entrada en Italia; pero no la de Nápoles, ya que ningún motivo le impulsaba a ello.

Así es que el rey Luis cometió hasta cinco errores: aniquilar la influencia de los Estados pequeños, acrecentar el influjo de los Estados grandes, llevar a Italia un extranjero fuerte, no establecer en ella su corte y no fundar colonias, errores todos que acaso no hubieran perjudicado del todo a la hegemonía francesa, si el monarca no hubiera cometido el sexto error de bulto, que fué despojar de sus posesiones a los venecianos. No aumentando el poder de la Iglesia ni trayendo a los españoles a Italia, hubiera sido preciso y discreto humillar a los venecianos; pero haciendo lo que hizo, no debió consentir la ruina de éstos. Manteniéndose unidas y poderosas Francia y Venecia, siempre hubieran impedido a los demás la conquista de la Lombardía