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empezaron apoyando a los aqueos y a los etolios, dominando después el reino de Macedonia y deponiendo finalmente a Antíoco, pero ni los merecimientos de los etolics y de los aqueos indujeron a los romanos a ensanchar los límites de los Estados de estos naturales, ni las insinuaciones de Filipo a tomarle por amigo sin disminuir su influencia, ni el poder de Antíoco a consentir que en aquella provincia tuviese mando alguno. Los romanos hicieron entonces lo que debe hacer siempre todo príncipe prudente, esto es, no cuidar sólo de las dificultades presentes, sino de las venideras y del modo de abatirlas, porque vislumbrando las lejanas, no es difícil acudir a su remedio, y esperando a que ocurran, no llega a tiempo el bálsamo, por ser ya incurable la enfermedad. Ocurre con esto lo que dicen los médicos que ocurre con la tisis, que al principio es fácil de curar y difícil de conocer, y que, una vez conocida y no curada, cualquiera puede conocerla, pero ninguno remediarla.

Lo mismo ocurre con los asuntos de Estado.

Si se prevén los peligros-previsión de prudentes-, se conjuran en seguida; pero si no se conocen y se dejan crecer sin que nadie se cure de ellos, no tienen remedio posible. Previsores los romanos, supieron conjurarlos antes de que aumentaran, aun afrontando guerras, pues sabían que las guerras no se evitan aplazándolas y que el aplazamiento aprovecha siempre al enemigo. Con Filipo y Antíoco pelearon en Grecia para no tener que luchar con ambos años después en Italia. Facilísimo