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más poderosos e impida a toda costa que intervenga en estos negocios de vecindad un extraño tan fuerte o más fuerte que él, porque entonces le llamarán los descontentos, oyendo las voces de la ambición o del miedo, como los etolios llamaron a los romanos a Grecia y como les llamaron también los habitantes de otras provincias donde entraron.

Cuando invade un país un extranjero poderoso, lo normal es que se pongan a las órdenes del invasor los Estados menos fuertes, por envidia al que antes dominaba, y que, sin gastos ni sacrificios, el extranjero conserve la adhesión de estos pequeños Estados que con la mejor voluntad formarán un solo organismo con el Estado conquistado. El conquistador en esta coyuntura cuidará únicamente de no consentir a éste que cobre mucha fuerza y gran autoridad, para que pueda, con sus propios medios y con el refuerzo de los pequeños Estados, adheridos in violencia y por voluntad, vencer a los poderosos y mantenerse dueño de todo el país.

El que no haga esto perderá rápidamente las tierras conquistadas, aumentando hasta el infinito el cúmulo de obstáculos, de dificultades, mientras las mantiene en su poder.

No de otra suerte se condujeron los romanos en las provincias conquistadas: creaban colonias, protegían a los Estados débiles sin aumentar su influencia, amenguaban el prestigio de los poderosos y distaban mucho de consentir que en tales provincias ganara crédito ningún extranjero poderoso. Fijémonos en la provincia de Grecia: allí