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tos para lograrlo estriba, a buen seguro, en que el conquistador traslade su residencia a la tierra conquistada. De esta suerte será la conquista más segura y duradera. Así lo hizo el turco en Grecia, que, a pesar de todas las precauciones y habilidades puestas en juego para conservar dicho Estado, no lo hubiera conseguido si no acude a fijar sus tiendas en él. Porque viviendo en el país conquistado se ven nacer los desórdenes y se pueden remediar con toda diligencia; pero si no se vive en él, se conocen cuando ya han tomado alarmantes proporciones y no pueden acaso remediarse. Además, es muy difícil que puedan expoliar a la provincia sometida los gobernadores que en ella se nombren, porque si lo intentan, producirá grata impresión a los súbditos el hecho de poder apelar inmediatamente ante el príncipe del desafuero, con lo cual tendrán nuevas ocasiones para amarle, si es bueno, y si no lo es, para temerle. Hay que tener en cuenta, además, que la permanencia del conquistador en el pueblo conquistado impone también respeto a los extranjeros que pretendan ocuparle, Liendo, si vive en él, muy difícil que lo pierda.

Otro factor excelente para conservar los pueblos conquistados consiste en mandar colonias a una o dos plazas que sean llaves del Estado; de no hacerlo, hay que mantener en ellas numerosas tropas de a pie y de a caballo. No son costosas las colonias al príncipe; con escaso o con ningún estipendio puede enviarlas y mantenerlas, perjudicando sólo con ellas a los que priva de haciendas y de habita-