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sistir el empuje de la caballería y los suizos temen a la infantería, que se muestra tan tenaz en la lucha como ellos. Así se ha visto por experiencia que los españoles no resisten el empuje de la caballería francesa y que los suizos son derrotados y batidos por la infantería española. Aunque de esto último no se sepa mucho a fondo, me fijo en un detalle ocurrido en la batalla de Ravena, donde la infantería española combatió con la alemana, organizada a la usanza de los suizos. Aprovecharon los españoles la destreza de sus cuerpos y de sus broqueles, penetraron en las filas alemanas, y hubieran acabado con éstas sin remedio a no librarles el ataque de la caballería francesa, que contuvo a los infantes españoles.

Conocidos los defectos de las dos clases de infantería de que me he ocupado, puede establecerse una nueva que resista a los caballos y no tema a los infantes, sin que sean precisas armas nuevas, sino una organización más excelente. Reformas de esta clase son las que acreditan la fama y la grandeza de un príncipe nuevo.

No debe perdonar Italia la coyuntura de que vea aparecer su redentor al cabo de tanto tiempo.

No sabría decir con cuánto amor, con cuánto afecto le recibirían en todas las provincias que han padecido las invasiones extranjeras, cuánta sería su sed de venganza, qué ciega su fidelidad, qué abundantes sus lágrimas de gratitud. ¿Qué puerta permanecerá cerrada? ¿Qué pueblo se negará a la obediencia? ¿Qué dificultades pondrán los envidio-