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cosas dignas de reformarse en Italia, porque, aunque la masa de la nación es vigorosa, carece de buenos jefes. En desafíos y en combates y en escaramuzas la superioridad de los italianos en fuerza, destreza e ingenio es notoria a todos; pero de poco o de nada sirven estas excelencias entre ejércitos, lo cual es seguramente culpa de los caudillos. Los generales que saben su profesión, y todos se imaginan que la saben, son desobedientes, salvo el caso de que alguno sea tan valeroso y tan afortunado que los demás se crean obligados a servirle.

Por eso, en tantas guerras como ha tenido Italia durante los últimos veinte años han marchado mal los ejércitos formados exclusivamente de italianos. Fijémonos en las batallas de Taso, Alejandría, Capua, Génova, Vaila, Bolonia y Mestri.

Si vuestra ilustre Casa quiere seguir las huellas de los hombres famosos que salvaron a su patria, debe organizar, ante todo, un ejército nacional que sirva de excelente fundamento para empresa de tal calidad, pues no es posible que haya más fieles y mejores soldados, pues siendo cada uno de ellos bueno, el conjunto será excelente cuando vean que los manda, mantiene y recompensa su príncipe.

Es indispensable, para que el valor italiano luche con los extranjeros, organizar ejércitos de esta clase, pues aunque tienen fama de invencibles la infantería suiza y la española, hay defectos en las dos, de modo que otra mejor organizada, no solate podrá luchar con ambas, sino luchar con ellas ventajosamente. Los españoles no saben re-