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oprimieran a los persas para conocer la grandeza de Ciro y que los atenienses se encontrasen dispersos y desunidos para estimar las excelentes condiciones de Teseo, así ahora mismo, para aquilatar el valor de un genio italiano, era preciso que Italia llegase a la triste situación en que hoy se encuentra, siendo más esclava que los judíos, soportando mayor servidumbre que los persas, viviendo más desunidos sus habitantes que vivieran los atenienses, sin caudillo, sin organización, batida, robada, destrozada, pisoteada entre una legión de calamidades. Y aunque en los principios pudo esperarse que alguno era el llamado por Dios para redimirla, vióse luego que le abandonaba la fortuna en medio del camino, de modo que hoy, casi moribunda, espera al que ha de curar sus heridas, acabar con los saqueos y los robos de Lombardía, de Nápoles y de Toscana y libertarla de las plagas que sufre desde hace largos años.

Contemplemos a esta desdichada Italia rogando a Dios que le envíe caudillo capaz de redimirla de la feroz insolencia de los bárbaros. Véase que está resuelta a seguir una bandera siempre que se encuentre con un abanderado.

Pero de nadie puede esperar Italia su redención como no sea de vuestra ilustre Casa, tan grata a los ojos de Dios y de la Iglesia, porque posee la virtud y la sabiduría indispensables a las grandes empresas. No le será difícil a vuestra Casa la redención de Italia, estudiando la vida y los actos de los grandes hombres, porque si estos hombres ex-