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diendo a pareceres distintos, cambiará frecuentemente de modo de pensar, con descrédito de su persona.

Presentaré un ejemplo moderno. Decía el clérigo Lue, hablando del emperador Maximiliano, su señor, que no se aconsejaba de nadie ni hacía cosa alguna que no estuviera de acuerdo con su modo de pensar; camino es ése que es completamente opuesto a mi consejo. El emperador es un hombre reservado; a nadie comunica sus consejos; no pide parecer a nadie; pero como se descubren y conocen al realizarlos el emperador, los que le rodean comienzan a contradecirle, y entonces los varía y los modifica. De aquí que lo hecho en un día se deshaga al siguiente, que no se sepa nunca lo que quiere o se propone hacer, y que nadie puede, de hecho, fiar en sus determinaciones.

El príncipe debe aconsejarse siempre, pero cuando él quiera consejo y no cuando lo quieran los demás. Le importa muy de veras, por lo tanto, quitar la afición a dar consejos a los que no se los pida, pero debe también pedirlos con largueza y oír pacientemente al que conteste a sus preguntas, para que la turbación que impone el respeto no impida a nadie que exprese su parecer con toda libertad.

Algunos dicen de tales o cuales príncipes que son prudentes no porque lo sean, sino porque le rodean buenos consejeros. Sin embargo, como no hay regla que no tenga su excepción, si el príncipe no es prudente, no puede ser bien aconsejado, salvo que la suerte le depare uno de esos buenos con-