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Con objeto de expulsar a los romanos fué Antíoco a Grecia, llamado por los etolios, enviando embajadores a los aqueos, aliados de Roma, pidiéndoles que permanecieran neutrales. Los romanos le dijeron que tomara las armas en defensa de ellos.

Reunidos en asambleas los aqueos, y recomendándoles la neutralidad los embajadores de Antíoco, hubo de decirles el representante de Roma: «Aunque creáis que a vuestra nación le resulta provechoso y utilísimo no mezclarse en nuestra guerra, yo creo que se equivoca de medio a medio, porque si no tomáis posiciones ante ella, seréis presa del vencedor, sin respetos ni consideraciones de ninguna clase.» Siempre te aconsejará la neutralidad el que no sea tu amigo. Quien lo sea, te pedirá que luches a su lado. Con objeto de esquivar el peligro los príncipes irresolutos suelen jugar a la neutralidad y perder en dicho juego. Prefiere siempre declararte animosamente en favor de uno de los dos pueblos en lucha, porque si vence tu aliado, aunque sea muy fuerte y quedes de hecho bajo su presión, te respetará y se llamará tu amigo, que los hombres no son tan poco dignos que acostumbren a responder al ejemplo de tu lealtad con el yugo de la servidumbre. Las victorias no son tan decisivas que pueda el vencedor prescindir de todos los respetos, especialmente del que debe a la justicia. Si tu amigo es derrotado en la contienda, quedará aliado tuyo, te apoyará cuando le sea posible y te convertirás en compañero de su suerte, que es tornadiza de suyo.