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nuevamente su ducado. Eso mismo hicieron los Bentivoglios al volver a Bolonia. Las fortalezas sirven o dejan de servir según los tiempos, y si por un lado te favorecen, por otro te perjudican. La regla que puede darse es que si los príncipes temen más a sus vasallos que a los extranjeros, deben edificar fortalezas, y prescindir de ellas en caso contrario.

El castillo de Milán, construído por Francisco Sforza, ha hecho más daño a todos los príncipes de este nombre que cuantos desórdenes han ocurrido allí. No conozco mejor fortaleza que la del afecto de los pueblos, porque ninguna fortaleza te salvará si te odian tus vasallos, ya que nunca faltan extranjeros que auxilien a los pueblos que se sublevan.

No sé que hogaño hayan servido para nada las fortalezas a los príncipes, a no ser a la condesa de Forli cuando mataron a su marido el conde Jerónimo, porque ante la fortaleza logró librarse de los sublevados y esperar el auxilio de los milaneses para recobrar su condado. Mas esto fué así porque aquellos momentos no eran los mejores para que ningún extranjero se atreviese a correr en socorro de un pueblo sublevado. Así es que de nada le sirvió la fortaleza cuando César Borgia invadió su condado; el pueblo, que la odiaba, se unió al invasor. Antes y luego hubiera sido más eficaz el afecto de sus vasallos que todas las fortalezas.

En resumen: me parece que da lo mismo tener fortalezas que no tenerlas. Fíen más los príncipes en el cariño de los pueblos que en las fortalezas.