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otros que siempre le merecieron confianza y que por eso mismo no se ocuparon gran cosa de servirle.

No me olvidaré, por exigirlo así la materia, de aquellos príncipes que se apoderaron de un Estado nuevo, mediante el apoyo de algunos de sus moradores, que no se olvide de las razones que movieron a éstos para pronunciarse en su favor. Si no fué por afecto natural, sino porque les repugnaba el régimen político del Estado a que pertenecían, difícilmente seguirá contando con su apoyo, porque nunca se sentirán completamente satisfechos.

Pensando en muchos ejemplos antigios y recientes, ocurre que es mucho más fácil procurarse el favor de los que estaban satisfechos con el régimen pasado, y que eran, por lo tanto, enemigos del príncipe nuevo, que el de aquellos que, viviendo descontentos en la antigua situación de cosas, le ayudaron y se convirtieron en parciales suyos.

Los príncipes, para tener más seguridad en sus Estados, edifican en ellos fortalezas que les sirven para contener y sujetar a los que urden algo en su detrimento, y que emplean como refugio seguro para los primeros ataques. No me parece mal el procedimiento porque se emplea de antiguo; pero en nuestros días hemos observado cómo Nicolás Vitelli destruyó y desmanteló dos fortalezas en Ciudad del Castillo para mejor afianzar su dominio. Guido de Ubaldo, duque de Urbino, al volver al ducado de donde le había arrojado César Borgia, destruyó los cimientos de todas las fortalezas, por creer que sin ellas le sería muy difícil perder