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cosas de modo que solamente esté bien armado el Estado más antiguo.

Los antecesores nuestros que más se distinguían por sus conocimientos acostumbraban a decir que, para conservar el dominio de Pistoya, hacía falta fomentar las querellas intestinas entre sus habitantes y que para dominar a Pisa había que aumentar sus fortalezas. Así es que para apoderarse con mayor facilidad de los pueblos fomentaban sus diferencias, cosa que antaño podía ser excelente por lo mucho que variaban a cada momento todas las cosas en Italia; pero no puede recomendarse eso hoy como norma, porque en mi opinión en nada favorecen las discordias a las poblaciones.

Tengo para mí que se pierden con presteza las ciudades que son nidal de banderías tan pronto como el enemigo las pone cerco, porque el partido débil busca celos en el apoyo de éste, y el partido fuerte no puede contrarrestar esa alianza.

Se me antoja que los venecianos siguieron esa máxima, alimentando en las ciudades de que se apoderaron las rivalidades entre güelfos y gibelinos. Sin permitirles llegar a las manos, alimentaban estas querellas para que no pensasen en conspiraciones contra el dominador. Mas nada ganaron, sin embargo, con esa política, porque, derrotados en Vaila, los bandos adquirieron tal importancia que quitaron a Venecia todos sus dominios de tierra adentro.

Esa política acusa debilidad en el príncipe. Un Estado fuerte no debe tolerar jamás tales divisio-