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procuró armas si los halló desarmados. Que así emplearán las armas en tu favor, trocándose de recelosos en fieles, aumentando la fidelidad de los que ya te fueran leales y siendo todos, más que súbditos, partidarios tuyos. No es posible armar a todos los vasallos; pero si están obligados al príncipe todos los que reciben armas, ningún temor podrán inspirarle los inermes. Hasta la distinción en los mismos se convertirá en garantía de seguridad, porque los primeros te agradecerán tu resolución que les favorece, y los segundos te perdonan de buen grado, porque suponen más merecimientos en los que se exponen a peligros que ellos no han de soportar.

Pero si les desarmas, les ofendes, porque se imaginan que desconfías de ellos, o porque son eobardes o porque son desleales. Cualquiera de estas dos hipótesis se volverá contra ti. Además, no siendo conveniente que estés desarmado, acudirás al ejército mercenario, milicia de la que ya nos hemos ocupado en este sitio, y que, aun siendo buena, no podrá defenderte al mismo tiempo de enemigos poderosos y de súbditos de fidelidad sospechosa.

Los príncipes nuevos procurarán armar a sus súbditos. De ejemplos de esta clase están llenas las historias. El que conquista un nuevo Estado para anexionarle a otro que ya posee de antiguo, ha de desarmar el más reciente, exceptuando únicamente a los que hayan peleado a su favor durante la conquista. Y hasta no está de más debilitar a éstos poco a poco, buscando la ocasión y arreglando las