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de peso. La primera por la bajeza de su origen, porque había sido porquero en Tracia, cosa que sabía todo el mundo y que le desprestigiaba mucho, como se comprenderá. Y la segunda razón porque, habiendo tardado mucho en llegar a Roma antes de tomar posesión del trono, adquirió fama de malvado, a causa de las muchas brutalidades que en Roma y en todas partes cometieron sus prefectos. Asqueado todo el mundo con la bajeza de su origen, y sintiendo las gentes asco y repugnancia de sus actos, Africa primero, el Senado luego, y el pueblo romano y toda Italia con el pueblo, conspiraron contra él, conspiración en la que participó su mismo ejército, que sitiaba entonces a Aquileya. Cansada la milicia de la duración del asedio, indignada de las crueldades imperiales y advirtiendo que los enemigos se multiplicaban contra él, le dió muerte.

Heliogábalo, Maximino y Juliano, completamente despreciables, desaparecieron con presteza.

Diré, acabando este capítulo, que los príncipes de nuestros días no han de procurar en la misma medida que lo procuraban los emperadores romanos tener contentos a sus soldados, aunque no es cosa tampoco de desatenderlos por completo. Ninguno de estos príncipes tiene milicias como los del Imperio romano, que tenían tanta relación con el gobierno y la administración de las provincias.

Entonces era preferible contentar a las tropas antes que a los pueblos, porque eran más poderosas que éstos. Ahora, en cambio, si exceptuamos a los