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MANUEL DEL PALACIO

una nube las engendra
y las desvanece un rayo.
—Mas, ¿cómo fué?...
—Todavía
de explicármelo no acabo.
A visitar las Pirámides,
hallándonos en el Cairo,
salimos una mañana
él y yo, contentos ambos.
Era de fuego el ambiente,
resistiólo Ahmed un rato,
luego ví que sonreía,
su rostro se volvió cárdeno,
y abrazándose á mi pecho
se deshizo entre mis brazos.
—¡Mentira!
—Si era de nieve
¿por qué te extraña el milagro?
¡Madre, ya no tienes hijo!
lo que me debes te pago;
¡vuelva la estatua de bronce
á su pedestal de barro!

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