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un valor sobrehumano para sufrir las penalidades y las miserias. También él, en mares no surcados por quilla alguna, á muchos miles de leguas de los últimos puntos visitados por los mas intrépidos navegantes ne su época, sufrió los embates de las tormentas, y elevé en la oscuridad Inicia los cielos su frente venerable. Hubo pues, para Colon, como para todos los navegantes, una roca de Cintra, que recibiese su cuerpo magullado por las furiosas olas del Océano.

Y después que se ha mostrado la magestad de Dios en toda su grandeza, impelidos por el soplo invisible de lo desconocido, de los infinito, pasan los huracanes, y enmudecen los truenos, y los relámpagos apagan sus hogueras, y las cataratas del cielo se abren, y cae la lluvia a torrentes; lluvia benéfica que despeja y purifica la atmósfera. Y los agitados abismos de los mares recobran por instantes su acompasado y habitual movimiento, el tlujo y reflujo periódicos. ¡Cuan sabiamente se encuentra todo dispuesto en la naturaleza, y cómo esas mismas leyes que admiramos pregonan la magestad, previsión y sabiduría de Dios!! Esatormenta, cuyos truenos infundían pavor en los corazones, cuyos rayos ponían en inminente peligro la vida del hombre, ha venido á convertirse en una prodigiosa fuente ile riqueza, y en el mas inagotable manantial de exhuberante vida para todos los seres. El agua que cae de las nubes, después de haber enriquecido la sávia de los vejetales, después de haberlos proporcionado uno de los abonos mejores para su alimentación, y el medio de que otras sustancias sean solubles, después de haber hecho brotar e c verde tapiz que cubre los campos, devolviendo al labrador la alegría, esa rica alfombra de flores que son el ornato de la tierra, riega los valles, inunda las llanuras, se desliza hacia el lecho de los rios que, en su magestuosa corriente, la empujan hacia el gran recluiente de los mares, para que después en el laboratorio inmenso de la atmósfera, sufriendo una serie no interrumpida de trasformaciones, vuelva á dar origen á los mismos fenómenos. Sí: esas murmuradoras fuentes, en cuyo fondo cristalino, sembrado de menudas guijas, mas de una vez se miran el ciervo y la gacela; esos ligeros arroyuelos que corren bullentes por la pintada esmeralda de los bosques y florestas; esos nos imponentes que, ora con su perezoso curso, ora con las profundas cataratas producidas por el violento declive del terreno, ensordecen con sus ecos el apacible silencio de la selva vecina, y por cuyas anchas márgenes boga tranquilamente la ligera barca del pescador ó el poderoso navio de anchas lonas, el San Lorenzo y el Orinoco, deben sus riquezas al tremendo espectáculo de las tempestades.

Y asi como la alegría que esperimenta el hambriento á la vista del manjar codiciado; asi como la gratísima sensación que conmueve al sediento en presencia de la fuente de limpios cristales ; como el placer que recibe el que en medio de las tinieblas de la noche, ve asomar en el Oriente la luz de una nueva alborada; asi como es inmensa la dicha del que sumido en la desgracia, siente asomar la consoladora esperanza de una felicidad posible todavía; asi es el contento, de tal suerte respira el hombre después de la tormenta, elevando miradas de reconocimiento al Sér ignorado y oculto tras del azul purísimo de los cielos. Y no sólo el hombre cambia de fisonomía, física y moralmente hablando, sino que hasta los mismos irracionales, que poco antes gemían bajo la gran pesadumbre de una atmósfera de hierro, respiran ahora gozosos, y con gritos inarticulados sí, pero con voz elocuente, cantan las glorias y magnificencias del Señor. Todo es vida y movimiento, todo respira dicha y alegría; ved las pintadas avecillas como, sacudiendo las afiligranadas perlas del rocío que cubren su brillante vestidura, entonan himnos de amor y de ventura. Mirad las plantas que carecen de movimiento general y absoluto, haciendo uso del que en pequeño grado se les concedió, escitadas por la electricidad de que los aires se impregnaron, elevar sus hojas hacia los cielos, y cómo engalanadas con un color verde que la mano del hombre no ha sabido imitar, reconocen que hay un soberano artífice, autor de tantas maravillas.

El estudio bien dirigido de ellas, nos demuestra que en la complejidad de los mundos todo se encuentra relacionado; el menor detalle, el hecho al parecer, mas insignificante, nos enseñará que Dios en su presciencia infinita, hace brotar el bien del mal, como de las penas el bálsamo para curarlas, como de la tempestad las fuentes de la vida, como del rayo la maravillosa trasmisión del pensamiento, del uno al otro polo.

Tal es, en conclusión, uno de los fenómenos escritos indeleblemente en el gran libro de la naturaleza; tal la impresión que su lectura ha causado al autor humilde de estas mal trazadas líneas, y de este género las reflexiones que se han aglomerado en su mente, cuando desprovista su alma de toda idea terrena, abismado en el silencio de los campos, en el seno de una escena semejante, se ha remontado en alas de la caridad y la fe, á la contemplación de Dios en sus obras.

Ildefonso Fernandez y Sánchez.


GEOGRAFÍA Y VIAJES.

FILIPINAS

(CONTINUACION.)

Vamos á concluir este apunte ó relato, copiando á continuación un documento curioso é inédito, de los que suelen autorizar con FrecuencIa los mediquillos para percibir sus honorarios.

Cuenta del curar á don Catalino Genuino hasta que muere.

1. Por el corteza santo y y los polvos que dió primero... 2 peso.

2. Por el cataplasma, siete beringenas con aquel otra gradiente. Son todo fi po:;o 2 rialís. ."

3. Lo mismo: dia que desmeya de aquel bebida del bote y puso bueno 8 peso 4 cuartas.

4. Para la ceyte de San Ignacio no tuvo efecto, por que no estaba en casa el padre. . . 2 2 pes.

5.° El cremol y magnesia junto por aquel polvo que puse mio. . . . 13 peso.

Que son en junto...... 30 peso 2 rialis 4 cuartas.

Cajes mios de los nueve dias con tres mucho trabajo y no duerme bueno, á 3 peso por todo esto 36 pesos Treinta y seis.

Que son por todo 66 pesos 2 rialis y 4 cuarta.

Dió ya conmigo la señora para jugar al panguingui:

1. 8 peso; y luego 6. . . 14 pes.

Aquel que fué la gallera dos dia 20 pes.

Honorio Bonus.

En Filipinas, cualquiera que sea la dirección del viajero, hallará bosques á derecha é izquierda de su camino. En ellos habitan familias verdaderamente venturosas. Allí nacieron; allí la fé penetró su razón; allí aman al Dios verdadero; le temen y en él esperan; allí bendicen la Providencia que les prodiga cuanto necesitan en unas cuantas varas de tierra. Tan limitados son sus deseos; tan fácil es su bienestar. Entre los indígenas, el tipo rústico es el mas dichoso de todos los tipos. Es costumbre del país que los tagalos ó indios modifiquen sus nombres propios. Los que son verdaderamente rústicos, revelan sencillez en su semblante. Son grandes sus manos, y muy bastas, lo mismo que los pies, cuyos dedos se les han puesto aplastados y desunidos á fuerza de saltar matorrales y trepar vericuetos, lo cual ejecutan con una agilidad admirable. Podrían sin duda competir con los mas escalentes gimnastas, y tienen también mucho de anfibios, siéndoles grato pasarse dias enteros en el agua, como galápagos, y contener el resuello como los mas prácticos de los buzos. Son insensibles al fuego del sol, que tuesta su piel, é indiferentes á la lluvia en cualquier ocasión que les sorprenda: las tronadas los arrullan, y los temblores de tierra los mecen agradablemente en la ignorancia del peligro que anuncian. Sin miedo, sin repugnancia, sin muchas precauciones cogen con sus manos las culebras, los lagartos y cualquiera otro reptil por venenoso que sea, y por la sencillísima razón de que no han estudiado historia natural.

La inteligencia del indio rústico carece del preciso desarrollo para que puedan atormentarle las pasiones vehementes ni arraigadas. Su memoria no retiene acontecimientos anteriores al día en que vive. Recuerda su nombre, el de su mujer y el cíe su hijo; recuerda también el de su pueblo; pero no sabe la fecha en que nació, ni da la menor noticia de uno de sus antepasados. Como no tiene relaciones de amistad íntima con nadie, ignora lo que es ingratitud; como no aspira á la superioridad del saber, de la fortuna, de la fuerza, ni de la resistencia, no se ha formado idea de la envidia; como no oye á sus prójimos elogiarle, ni escarnecerle, ni se fija en si el concepto que les merece es justo ó injusto, parcial ó desinteresado, tampoco se ha puesto á prueba su amor propio, y siguiendo este orden de reflexiones, resultaría infaliblemente que le son desconocidos todos los vicios capitales á escepcion de la pereza, efecto simultáneo de la falta de afán, que no es sino consecuencia inmediata de que el corazón disfruta una paz octaviaria.

Sometido como los demás séres de la especie, á trabajar para satisfacer sus necesidades, calcula instintivamente la reducción de estas, para verse libre de ocupaciones el tiempo mayor posible. En su presupuesto de gastos, están suprimidas innumerables partidas absolutamente precisas en cualquiera otra situación que la suya. En primer lugar, goza de una salud envidiable, en términos que se supone suficiente á combatir cualquier enfermedad, comiendo como los perros media docena de yerbas entre laxantes y astringentes. Después, le sucede que no ha menester aljofaina ni jabón para lavarse, porque cuenta con el rio. En vez de navajas de afeitar, posee magníficas conchas de almeja que le sirven de pinzas, y con las cuales arranca de raiz pelo á pelo todos los de su rostro. Para comer, le son inútiles silla, mesa, servilletas, platos, vasos y cubiertos; para dormir, tarda lo mismo sobre un sofá de muelles que sobre un peñon de piedra-granito. Su reloj es el firmamento; y el día, le marca únicamente dos horas que componen las veinte y cuatro del hombre culto: la luz y la oscuridad. Para alumbrarse de noche, le basta su organización especial; porque vé lo mismo que los murciélagos y las lechuzas. Como precaución para circunstancias críticas, tiene un arado, una red y un cuchillo que usa constantemente á la cintura; con el tarda en satisfacer su tributo el tiempo que se emplea en corlar tres reales de bejucos, ó en hacer un salacot.

Para sus ratos de holganza, tiene su gallo, cuyas plumas acaricia con un afecto entrañable, y cuyo cauto es tan grato á su oido, que no lo renunciaría por los sublimes acentos de la Patti ó de la Malibran. Si se propone jugar con algún verino, hace cuatro rayas en la tierra, y coge media docena de piedrecillas; con esto, suple todas las combinaciones de una baraja, y podría arriesgar todas las fortunas del orbe, si de ellas dispusiera.

Su traje consiste ordinariamente en un calzón azul remangado hasta las rodillas, y cuando tiene precisión de salir del bosque en que habita, usa además una camisa del mismo color del calzón y un salacót de caña sin adorno alguno. Los zapatos, son para él una moda tan ignorada, como los guantes, los calcetines y el corbatín. Su casa ocupa un sitio muy pintoresco. Está situada a media milla del camino real, oculta entre ramaje, y rodeada por un cerco de palitroques. Es de nipa, y tan pequeña, que sólo tiene una habitación á que es preciso subir por una escalera casi perpendicular y de tres tramos muy distantes entre sí.

Los muebles, se reducen á un canapé de caña, una mesa sumamente baja y una estera muy vieja arrollada en una almohada cerca de un calan colocado en un rincón inmediato á la puerta. Frente á ésta, se hallan pegadas á las nipas, con arroz cocido, una estampa de nuestra Señora de Anlipolo, otra de la Soledad de Cavile y otra del Santo Sepulcro. Desde una de las ventanas, se ve un marranillo atado á uno de los harigues, y agrupadas en distintos sitios, las cenizas de las hojas secas que sirven á prima noche para ahumar la habitación, ahuyentando por este medio los mosquitos. Debajo de la casa, hay una pequeña máquina hecha con caña y palma brava, que tiene por objeto descascarar el arroz. Fuera del cerco y á distancia de diez pasos, hay un lodazal donde suele acostarse un carabao, sacudiéndose continuamente las moscas, con las orejas y con el rabo. En aquel espacio tan reducido, tiene el indio rústico reunidas su familia y su fortuna: allí pasa la mayor parte de sus dias, sin contarlos ni advertir la menor diferencia de los unos á los otros, hasta que amanece aquel en que por dos de sus vecinos, es conducido en una hamaca al pueblo, donde le sigue su familia afligida para cerrar sus ojos.

(Se continuará)

Bernabé España.


ESCENAS DE LA NATURALEZA.

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ERUPCION DEL VESUBIO.

Desde hace algún tiempo el Vesubio ha empezado de nuevo á arrojar llamas y lava, pero pocos dias después de Navidad, los truenos con que retumbaba la montaña eran tan violentos que rompían con su vibración las ventanas de las casas de los pueblos vecinos, y las piedras que arrojaba el cráter llegaban hasta la mitad del camino del cono formado por el volcan. El dia 28 de diciembre se advirtió que disminuía un tanto su acción; las sacudidas entonces fueron mas violentas que nunca y el cráter lleno de lava comenzó á hervir como una caldera; mientras tanto, columnas de ceniza y de cristales de anfigeno, según dice el parte diario, subían á una grande elevación. Algunos dias después, se formó otro cráter cerca del gran cono y en dirección de la Hermita; desde entonces, ha estado corriendo siempre de éste, un rio de lava líquida que presentaba el espectáculo mas brillante que puede imaginarse. Desde los dos cráteres salían dos arroyos en curva que, haciendo una elipse, se iban á reunir al pie y corrían hacia Resina. A veces, todo el intervalo entre los torrentes estaba lleno de fuego, del que salian mil pequeños arroyos inflamados que á lo lejos parecían el resplandor de una aurora boreal.

Una carta de Nápoles del 31 de diciembre describe asi esta erupción, de la cual El Museo de hoy publica un grabado: