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en los pies , estableciendo asi una especie de orden ecuestre entre la estola de la matrona y la túnica de la plebeya. Esto, sin embargo, era una extravagancia de poca monta al lado del antojo de la emperatriz Popea, que mandó poner á sus muías herraduras de oro. No podia, en verdad, esperarse moderación alguna de parte de las mujeres de aquellos patricios, eme habien do sometido imperios y hecho tributarios a los reyes, reinaban como soberanos en vastos dominios arranca dos de diferentes naciones para engrandecimiento de Roma. «He visto, dice Plinio, á Lolia Paulina, mujer del emperador Calígala, cubierta de perlas y esmeral das colocadas alternativamente para duplicar su brillo en su cabeza, garganta, manos, brazos y cintura, por valor de 40,000 sextercios (33.600,000 reales) cuyo coste podia justificar en el acto con los correspondien tes documentos; y sin embargo, no era aquella ocasión la de una fiesta á ceremonias solemnes, sino simple-

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mente una boda de las mas humildes. Aquellas perlas, no las debia á la prodigalidad de su imperial esposo, sino que procedían de los despojos hechos en los países sometidos á Roma. Marco Lolio, su abuelo , dejó en el Oriente la fama más odiosa á causa de sus exacciones á los reyes, de lo que Tiberio tomó pretesto para degradarlo y condenarlo á muerte, á fin de que su nieta pudiese presentarse en público resplandeciente de joyas y alhajas.» E¡ critico naturalista nos dice que era más fácil ver en la calle á un cónsul sin sus haces, que á una dama romana sin sus alhajas. Los joyeros griegos y romanos variaron hasta ta! grado la forma y estilo de los aderezos, que según opi nión de los arqueólogos, nuestros más hábiles artistas modernos son al lado de ellos meros copistas ó imita-» dores. Las obras que tratan de la joyería de los anliguos, ofrecen un repertorio inagotable á los que esplo

ran su profundidad científica. Las diademas, collares, pendientes, brazaletes, anillos, alfileres, broches de todas formas y dimensiones, rematados con bustos, estatuitas, animales , pájaros, insectos, flores, etc., eran alhajas indispensables á una dama romana, mas apre ciadas por su mérito artístico que m la materia de que estaban compuestas. Las agujas para el pelo constituían un artículo importante de la toilet: estañan primorosa mente trabajadas, y sus cabezas comunmente represen taban figuras correctamente delineadas. Se sabe de una de estas agujas que costó 1.000,000 de reales. Entre las reliquias de Pompeya y Herculano que se hallan en el museo real de Nápoles, existe una aguja que perteneció á la emperatriz Sabina , que representa la dinsa de la abundancia con el cuerno de Arquelao en una mano y acariciando á un dellin con la otra. Winkelman describe esta aguja en su carta sobre las anti güedades de Herculano.

SEPULCRO DE DOÑA CONSTANZA Y ESTATUA DEL RET DON PEDRO.

Los collares solían .ser de varias vueltas, cayendo la lútima sobre el pecho, y con un magnífico camafeo por broche. Por las antiguas joyas que se conservan en algunas colecciones de Europa, puede juzgarse del esquisito trabajo y buen gusto de los antiguos en este ramo. Brazaletes de tres ó cinco sartas de perlas y brazale tes de óro con pedrería adornaban los brazos de las be llas romanas; llevaban anillos en todos los dedos, y ri cos cinturones en sus talles. Muchas de estas alhajas han llegado á hacerse históricas. Asi sabemos que el anillo de Faustiua costó 200,000 duros, el de Dionisia 300,000 duros; el brazalete de Cesonia 400,000 du ros; los zarcillos «le Popea 600,000 duros, y el doble de esta suma los de Calpurnia, mujer de César. La diadema de Sabina, tan estimada por su trabajo como por su valor intrínseco, se evaluó en 1.200,000 duros. Hasta las ligas de las damas romanas eran ricos jo yeles en que el oro, la plata y las piedras preciosas se empleaban con verdadera prodigalidad. Sabina, la jo ven, poseía un par de ligas, valoradas en 100,000 duros I' or los riquísimos camafeos de que estaban forma d os sus broches. Las mujeres de los patricios gasta ban una gran parte de sus fortunas en su loco frenesí

. de rivalidad en los adornos. Las ligas de aquellos tiemI pos no se empleaban para las medias, porque estas prendas no estaban en uso, sino para sujetar una es! pecie de calzones de hilo fino. A veces se llevaban como I mero adorno en las piernas desnudas. Nerón ofreció á Júpiter Capitolino los primeros me chones que cortó de sus barbas, en un vaso de oro ricamente engastado de perlas. Rehogábalo usaba sandalias con piedras preciosas de gran valor, y nunca llevaba dos veces el mismo par. Los emperadores sucesivos trataron en vano de de tener los escesos estravagantes de un lujo que amena zaba arruinar á todas las clases. Entre otros artículos hallamos que las joyas eran á veces objeto de una ley. Julio César, cuando habia llegado al apogeo de su fama y poder, vió con dolor la relajación que sucedió á las antiguas costumbres, y mandó publicar un edict i prohibiendo el uso dé la púrpura y de las perlas á to das las personas que no perteneciesen á cierto rango ; y aun las últimas no les eran permitidas sino para con currir á las ceremonias públicas. Se prohibió á las sol teras el uso de las joyas, y este terrible golpe contra el celibato promovió el' afán por el matrimonio en todo el imperio hasta el punto de que muchas mujeres

incurrian sin reparo en el más repugnante perjurm por salir de aquel estado. El mismo edicto prohibió el uso de las literas, moda importada del Asia. El emperador León, publicó el año 460 la última ley suntuaria, prescribiendo ciertas restricciones que prue ban hasta qué punto habia llegado el desenfreno de sus subditos. A todas las personas, de cualquiera calidad que fuesen, se les prohibió adornar con perlas, esme raldas y jacintos , sus fajas y las bridas y sillas de los caballos. Se les permitía adornarlas con cualquiera otra clase de piedras, pero no se consentía ninguna en el bocado de los caballos. Los hombres podían usar broches de oro en sus mantos y túnicas, y apurar en su forma y labor todos los recursos del arte, pero les estaba prohibido lodo otro ornamento precios «. En la ignorancia de los tiempos que sucedieron á bi ruina del imperio romano, las producciones y manu facturas del Oriente perdieron su estimación, y el co mercio de aquel país que amenazaba devorar la riqueza de Occidente , se hundió al fin en la oscuridad más completa. .'. F. v V.