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Cabecera de El Museo Universal

NUM. 26.º

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MADRID 27 DE JUNIO DE 1869.

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AÑO XIII


REVISTA DE LA SEMANA.

I

mponente, grande, majestuoso, magnífico sobre toda ponderación fue el espectáculo que Madrid ofrecía en la tarde del domingo 20, diá fijado para trasladar solemnemente al Panteón Nacional los restos, de los grandes hombres á quienes la patria comienza á honrar, separándose de la conducta indiferente y desdeñosa que las generaciones pasadas siguieron para con aquellos que la ganaron prez y honra con sus virtudes, con su saber y con sus hazañas. Tardío, si se quiere, ha sido este tributo, pero solemne y grandioso, y tal, que parodiando el pensamiento de Cervantes en el elogio de las exequias fúnebres de Felipe II, bien podría apostarse que las ánimas de los agraciados, por gozar de aquella ceremonia, habrían dejado si pudiesen el descanso que eternamente gozan.

Tras esta fiesta, que asi debe llamarse porque lejos de entristecer alegró y ensanchó el corazón del pueblo de Madrid, que al pasar los diversos carros, evocaba, ja historia de sus glorías y grandezas, vino la manifestación republicana, conmemoración triste de los sucesos y de las víctimas de junio de 1866. Sin saber por qué esta manifestación se llamó exclusivamente republicana; sin darnos cuenta de por qué corrieron rumores de que iba á alterarse el orden; y sin comprender la verdadera causa del cambio forzado de itinerario que indicaba su paso por delante del cuartel de San Gil, ello es lo cierto que se verificó sin más consecuencias desagradables que el creer los manifestantes que se ha atacado y coartado sus derechos y el haber determinado pedir explicaciones á las Cortes.

A estas dos demostraciones, una nacional y otra política, y ambas homenajes de gratitud á los que en la patria y para la patria han sido, siguióse el dia 23 la verdadera demostración popular que la tradición española conserva, ora manden tirios, ora gobiernen troyanos, para honrar las vísperas de los venerables Santos Juan y Pedro, y que con el nombre de verbenas prometen durar, si Dios no lo remedia, hasta la consumación de los siglos. Algo amenazadora la celeste esfera con preñadas nubes, y no muy limpio el suelo con el reciente rocío vespertino, los habitantes de Chamberí, Lavapiés, Puerta Cerrada y barrios de Toledo se posesionaron del paseo aristócrata de Madrid, y en cafés improvisados, puestos ambulantes y circos levantados por ensalmo en honor de Terpsícore, hicieron salvas y piruetas hasta el risueño despuntar de la nueva aurora, que, mustios á unos, y á otros llenos de báquico espíritu, los llevó como de costumbre á las frescas enramadas del espacioso y laberíntico Retiro, á ver las fieras.

Haciendo ahora una excursión por esos mundos, topamos ya con la Francia tranquila después de los motines que la pusieron en jaque recientemente. La Asamblea legislativa se habrá reunido á estas horas sin apertura de ceremonial y sin discurso del emperador. No falta quien haya achacado Ja agitación de los parisienses á manejos de Mazzini; pero ello es lo cierto que se han visto grandes cosas en esos dias, gracias al celo de los agentes de orden público, que por prender prendieron á don Carlos, á Mr. Rothschild, al duque de Massa y á otros personajes inofensivos hasta el número de 800, que á las pocas horas fueron puestos en libertad. La devoción de la policía á su emperador fue tal, que deseoso un francés de premiar el mérito, do quiera que se encuentre, ha remitido la suma de cuarenta mil reales al jefe de la fuerza para que la reparta entre aquellos solícitos operarios. Con este motivo se calcula por un periódico, que habiendo sido 2,000 el número e los presos, y suponiendo que bastara con dos empellones para llevarse á cada uno, ha pagado dicha señor diez reales por cada contusión 6 estrujamiento.

Otra estadística no menos curiosa nos anuncia hallarse en poder de la policía cincuenta y siete chignons y varias docenas de repentirs ó sean largos bucles trasorejeros, caídos en la refriega de las muchedumbres, por lo cual no conviene que las señoras mujeres que tengan algo que perder se mezclen en tales apreturas.

Cuéntase, y vaya de anécdota, que durante el paseo en carruaje que en medio del amotinado pueblo dieron los emperadores por los boulevares, el ministro del Interior, Mr. Forcade de la Roquette, que debe quedar como tipo de la fidelidad ministerial, viendo el gran peligro a que sus augustos amos se exponían y no pudiéndolo sufrir, se disfrazó y colocó al lado de la carroza , en cuya situación anduvo á pie las estaciones. Como al dia siguiente congratulase Mr. Rouher al emperador por el ánimo que habia mostrado, dijo este: «Hay otra persona á quien debéis también congratular y es á mi querido ministro del Interior, que á pie se ha andado todo el viaje sin quitar ojo de nuestro coche.» Y diciendo esto se levantó y por dos veces abrazó á tan leal subdito.

Los duelos parece que aumentan lejos de disminuirse entre los nobles y los periodistas , llevándose aquellos la peor parte. Para acabar con ellos se ha ideado ua recurso de éxito infalible si con tesón se lleva á cabo. Consiste en comprometerse toda la prensa á no dar noticia de los desafíos ni de los nombres de los peleantes, con lo cual se quita la satisfacción que reporta la vanidad de estos nuevos héroes de espada, ya que no dé capa. Maldita la gracia que hará á ninguno encontrarse cojo ó manco ó con una costilla rota, si no lo ha de saber el público, y por el contrario puede sospechar que la tal cojera ó manquedad es de nacimiento ó ganada en alguna taberna. Que se adopte por acá el mismo sistema, y es seguro que concluye también la raza de los duelistas; pues por algo dijo Bacon hablando de los meridionales, que su valor está en los ojos que lo miran.

En Inglaterra acaba de darse el gran ejemplo de lo que debe ser la segunda Cámara hereditaria. Los lores han conocido la fuerza de la opinión pública, y con ese instinto certero que siempre les ha guiado y con el cual han conquistado su poder poniéndose al frente de las justas exigencias populares, cuando menos se pensaba y como de repente, han pasado la segunda lectura del bill sobre la Iglesia de Irlanda. No podia esperarse olea cosa de la aristocracia mas ilustrada y del Senado mas discreto del mundo.