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la única moneda de oro que Iteraba en ellos y se la dió poseído del mayor asombro. La jóven tomo la moneda y la besó con efusión, des pués echó á andar diciendo antes á Enrique, con an gelical sonrisa. —Caballero, seguidme. Enrique obedeció. Todas las potencias de su alma estaban llenas de la de María. Anduvieron mucho tiempo sin descansar nunca. Al fin llegaron frente á un magnifico palacio. Atravesaron rápidamente «1 patio convertido en un jardín ameno, subieron la escalera alfombrada y llena de flores , y después de pasar muchas habitaciones en traron en un salón suntuoso, alumbrado por muchas arañas de plata , colgadas en el techo , tapizado de seda azul celeste. De las paredes cubiertas de raso blanco, pendían infinidad de espejos, entre los que, columnas de plata primorosamente labradas , sostenían grandes jarrones de cristal tallado, que contenían flores de to dos los países, coronando á aquellos suntuosos pabello nes de seda bordada de oro, cuajados de miliares de flores. En los cuatro ángulos del salón se elevaban figuras alegóricas de bronce barnizado de oro, sostenidas por columnas del mismo metal. Riquísimas colgaduras de brocado adornaban los balcones y puertas que se ocultaban entre arcos de rosas y jazmines. Divanes de la misma tela con dobles respaldos , ro deaban el salón. La jóven se detuvo en medio de él, y después de elevar sus ojos como para dirigir á Dios una plegaria, volvió á besar la moneda de oro, que apretaba entre sus manos. Entre tanto Enrique se puso á contemplarlo todo con envidia. ¡Qué feliz será, pensó, el hombre que sea el dueño de tanta riqueza...! Pero de pronto se oyó un grito horrible en una de las habitaciones inmediatas al salón. Enrique, lleno de espanto, quiso huir , pero la jóven le detuvo y pene traron ambos en aquella habitación, dentro de la cual había'un hombre que estaba agonizando , tendido so bre su cama, rodeada de cortinas blancas y cubierta de seda. El moribundo abrió los ojos al sentir sus pasos ; un prolongado suspiro se escapó de su pecho , quiso in corporarse, pero no pudo. Entonces volvió á cerrar los ojos dejando caer la cabeza sobre el pecho. Pasó tiempo. Sólo se oia el estertor del moribundo. La jóven se habia puesto de rodillas á los pies de aquel hombre , que luchaba con los ansias de la muerte. Enrique no se atrevía á interrumpir el religioso éx tasis que la embargaba. De súbito el moribundo hizo un esfuerzo sobrehu mano , y volviendo á abrir sus ojos exclamó con de mencia febril: —Señor, dadme un dia más de vida, uno sólo; y es te palacio con todas sus riquezas, cuanto poseo... No pudo acabar. Un trueno horrible retumbó en el espacio y aquel hombre cerró los ojos para no volver á abrirlos jamás. La jóven entonces se puso de pie, cubrió con un pa ño el cadáver y dijo á Enrique con acento triste. Ved aquí el semblante de la vida.

físicos. En estos pensamientos abismado Enrique, echó á andar. Dirigióse hácia una mujer anciana qúe sepa rada de la gente contemplaba todo con tristes ojos. Aquella mujer pedia una limosna en voz baja á los que pasaban por su lado ; no obstante , nadie la habia socorrido. Los muchos curiosos que acudían de las calles in mediatas, y aun de mas lejos, no habían fijado su aten ción en ella: los acordes sonidos de la música que em pezaba á oirse, obligaba á apresurar el paso á los que pasaban cerca de la pobre. La infeliz tenia mucho frió, porque temblaba, apre tando su cuerpo. ¡Era tan vieja!... La edad habia hecho grandes alteraciones en su ros tro: los ojos estaban hundidos en sus órbitas con esce so y se habían vuelto amarillos y perdido toda su tras parencia y sensibilidad. Tenia las megillas ahondadas, la barba casi pegada á la nariz; los dientes, y hasta sus alvéolos, habían des parecido. Enrique, no obstante, se acercó á ella Imsta tocarla. —Buena mujer, la dijo, ¿quiere usted decirme, si es que lo sabe, á quien pertenece ese palacio? La mendiga miró á Enrique con admiración, des pués contestó : —Ese palacio, caballero, perteneció á nn hombre célibe, que, á pesar de ser inmensamente rico, se halló al acabársele la vida, que era el mas desgraciado de la tierra. No comprendo cómo pudo verificarse lo que usted dice, replicó Enrique. Si ese hombre era tan rico, no sé cómo pudo llegar á ser tan desgraciado. —¿Acaso cree usted, caballero, que los que son ri cos no pueden llegar á ser mas desgraciados que los que son pobres? —¿Pues qué? ¿hay mayor desgracia que el ser pobre? contestó Enrique. —Sí la hay , dijo la anciana ; la mayoría de los po bres son.á veces mas felices que la mayoría de los ricos. —¿Cuál es entonces la situación mas desgraciada? replicó Enrique. ¿La vejez en la pobreza? —Tampoco, caballero. El hombre mas desventu rado es aquel que conoce acabársele la vida sin haber practicado la virtud : por eso el dueño de ese palacio que nunca la habia practicado, fue tan desgraciado en los últimos momentos de su vida , á pesar de todas sus riquezas. Sus deudos y amigos, los pobres y los foras teros y hasta el desgraciado huérfano jamás habían recibido de él una mirada de compasión , asi es que al morir se vió solo y abandonado ue todos y nadie ha derramado una lágrima sobre su cuerpo. Un sobrino suyo, único heredero, esperaba la muerte de su tío para casarse y esta noche lo verifica en su palacio, donde como podéis ver, va á celebrarse un baile con tan fausto motivo. —¿Y ese hombre, dijo Enrique, murió hace mucho tiempo? —No señor, contestó la anciana, ha muerto hoy á la primera hora de la noche. Pero mirad, si no me equi voco , por allí sacan ahora su cadáver. Y le indicó la última puerta del palacio, por la cual salían cuatro hombres llevando sobre sus hombros un ataúd descu bierto. Al pasar por cerca de Enrique, este miró al muerto, pero cerró los ojos retrocediendo con espanto : aquel cadáver era el del hombre que había visto morir, el mismo que la jóven habia cubierto con un paño. (Se conünuari.) Amceto Capalleja.

II. Después de pronunciar estas palabras, la jóven des apareció á la vista de Enrique: éste quedó tan sorpren ALBUM POETICO. dido, que una contracción nerviosa le hizo abrir la boca como para exhalar un grito. Multitud de cavilosidades estallaron á la vez en su LA LOCURA DE LA EMPERATRIZ CARLOTA. cabeza: llegó á hallarse en una de esas disposiciones de espíritu en que el hombre de mas valor tiene miedo. A MIS CONDISCIPULOS DEL QUINTO AÑO DE DERECHO EN I Quiso luchar con un resto de energía; pero al fin es UNIVERSIDAD CENTRAL. tendió los brazos adelante y se desmayó. Al volver en sí se encontró en la calle. Ansiosa mi fantasía Multitud de curiosos se apiñaban frente la puerta audaz el vuelo tendía, principal de un palacio, para ver los coches que allí se á la cumbre de la gloria, paraban, las señoras que bajaban de ellos, y los caballe y súbito descendía, ros ostentado cada uno sus títulos y condecoraciones. y triunfante removía Enrique creyó estar soñando, y miró á todas partes, de luengos siglos la escoria. a fin de convencerse si debia creer á sus ojos: pero «stos no le engañaban. Y no bastando á su anhelo En aquel palacio iluminado con profusión, iba á rea el esplendoroso cielo lizarse uno de esos bailes que suelen dar las familias del génio y del heroísmo, ricas ó aristócratas para satisfacer su vanidad, ó bien, en su delirante vuelo las menos veces, para celebrar algún fausto aconteci rasga de la muerte el velo, . miento para la familia. y salva cumbre y abismo. Enrique sentía la mas viva impresión: pensó que con el dinero que iba á gastarse en aquel baile se po Canta, canta, ardiente lira; día hacer la felicidad de muchos pobres que no ten de amor y de horror inspira drían pan siquiera que comer aquella noche. El dueño raudal inmenso, infinito; de ese dinero, siguió pensando Enrique, se creerá hoy di á la mente, que delira, el mas feliz de la tierra. ¡ Desgraciado de él ! Acaso al di al corazón, que suspira, siguiente día, cuando las rosas de la mañana abran su I lo que en la cumbre está escrito. capullo, sentirá su espíritu abatido y violentos dolores 1

«Gloria á Dios» una voz pura, una angelical figura clama en pos del ronco trueno; —¡Madre!., ¡oh dolor! ¡oh amargura! ¡Ha muerto! Yedla en la altura: tVen, dice, ven á mi seno.» Quiero mi dolor profundo verter en canto fecundo ; no ensalzo vano esplendor; quiero... ¡ay! en llanto me inundo,, ¡que hay un dolor en el mundo más grande que mi dolor ! Dolor que crece , espantoso, implacable y magestuoso como la furia del mar ; que, al verle, el querub, ansioso, suspende su canto hermoso allá en el místico altar: Y con suplicante acento , que arrebata el ráudo viento en alas de tempestad , alza á Dios su sentimiento , sobre el sublime concento , el ángel de la Piedad. «Señor, clama, sí loores á tus vividos fulgores he de alzar eternamente ; si he merecido las flores de tus divinos amores, en premio á mi amor ferviente ; »Yo te suplico, Dios mió, yo en tu justicia confio me otorgues más bella palma : ¡arranca un dolor impío, Dios; rompe el sepulcro frío do yace viviendo un alma. •Cierra la mas honda herida; ve á Carlota , cuya vida á la muerte misma aterra: ¡e> mi hermana tan querida! que á tí, de mi mano asida, vuele de la triste tierra. »Y si quieres que batalle su alma en este amargo valle, que sufra ¡oh Dios! todavía; que su corazón no estalle; huya el horror; nunca le halle ; cese, mi Dios, su agonía. • Mira qué mundo la llora; cuá¡ gime á su horrenda suerte; ¡ve que hoy la Piedad te implora para Carlota la muerte!» Asi el ángel exclamó, y «¡loca!» el mundo gimió, del mar hasta el hondo lecho ; «¡loca!» el Empíreo escuchó, «¡loca!» el viento suspiró, «¡loca!» suspira mi pecho. ¡Y ella oírlo no podrá ! ¿La contempláis?... Vedla allá, en su soberbio palacio : ¡Carlota!... ¡No escucha ya! ¡Su mente buscando va por el insondable espacio ! ¿Dónde fue? Tal vez camina ; en la magestad divina tal vez absorta se esconde ; rayo fugaz la ilumina; ¡triste ! quizás imagina que el mismo Dios la responde. Acaso el piélago hiende y á ardiente región asciende; báñase en tiernas caricias; al cielo sus brazos tiende; y torna... y sube... y desciende... ¡huid, crueles delicias! ¡Oh! ¿Porqué la Omnipotencia no arrebató tu opulencia y tu corona imperial? ¿Porqué esa horrible indigencia del alma, de tu existencia al arrancar el fanal? Locura... fatalidad que al alma en vil horfandad