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Sucédense los siglos, y con ellos la España, subiendo que no menguando de su nivel, ora es de las primeras en afiliarse al Santo Lábaro que le proporciona nuevos progresos y triunfos, ora descuella entre las naciones regeneradas, iniciando la marcha de la nueva sociedad. El resto del globo yace aun sumido en los abismos de lo pasado cuando ya una luz clara asoma en el horizonte hispano, y los gérmenes de vida brotan de su fecundo suelo para dar á la asombrada Europa leyes, habla, literatura, artes, comercio y civilización.

Recórrase el libro de la historia y se verá no ser nuestras palabras mera hipérbole, sino la espresion justa de la verdad, corroborada por el afán de los otros pueblos, ahora mas creciente que nunca, de investigar nuestro pasado, y aun por el prurito mismo con que han tratado de desvirtuar nuestros hechos. En efecto, las naciones del Norte eran solo hordas de salvajes, el Oriente sucumbía á manos del empirismo, la Italia resucitaba apenas de sus ruinas calientes y ensangrentadas, la orgullosa Albion forcejeaba en vano entre los brazos de dos pueblos groseros, la presumida Francia brillaba livianamente con su Carlomagno, cuando España, bajo el dominio de los árabes primero, y luego bajo el de sus naturales, dictaba leyes, abría escuelas, planteaba bibliotecas, fijaba su idioma, erigía incomparables monumentos, fundaba emporios, preparaba espedicíones; todo esto en medio de una lucha gigantesca que habia de durar siglos, conquistando lauros con una mano, mientras con la otra tejía guirnaldas ó cortaba palmas y olivos.

No tratamos de seguir en su carrera á esta nación heroica, bastando á nuestro propósito fijar bien la idea de que en timbres adquiridos, en lustre y en iniciativa, no hay otra que disputarle pueda su importancia antigua y primordial. Desgraciadamente el león se adormeció sobre sus coronas, y mientras otras gentes sacaban provecho de sus conquistas ó recogían sus despojos, vacia en una inacción que pudiera haberle sido fatal, á no acordarse en la hora del peligro, de su naturaleza, de su gloria pasada y de la que le aguarda en el porvenir.

Ahora bien, ese pueblo, por tantos títulos singular, concentrado en sí mismo, y denigrado ó mal conocido por los demás, no ha tenido los intérpretes que conviniera para recobrar su alto y merecido puesto en la consideración de las gentes. Algunos esfuerzos hánse intentado en estos últimos años, y principalmente, mengua es decirlo, de parte de los estranjeros, para exhumar los gloriosos timbres del país que nos sostiene; pero se necesita mas. Nadie conoce mejor á su madre que el que de ella recibió el ser: solo los españoles podemos apreciar y hacer apreciar lo que España fue, y lo que será algún día, porque nadie cuenta para este objeto con mayores elementos y recursos.

Una publicación consagrada á esta tarea, bien que sin desprenderse de cierto carácter general, como se quiere en nuestra época de universal propaganda, tiene trazado un noble, anchuroso y curiosísimo camino.

Eso que no se ha hecho todavía, vamos á intentarlo nosotros.

Ayúdenos el público, y acaso lograremos lo que tan de menos echamos al presente. Ayúdenos todo buen español amante de las glorias de su patria. Abrimos un libro á todas las inteligencias, un álbum á todos los artistas, un memorándum á todos los curiosos que gusten darnos parte de sus investigaciones. Reivindiquemos nuestro buen nombre, y hagamos ver á la Europa culta que la patria de los Alfonsos y Guzmanes, de los Pérez y Cisneros, de los Cervantes y Murillos, dé los Lulios y Averroes, figura por mucho en la historia de la humana civilización.

J. P.


EL ARTE Y LA INDUSTRIA.

A los ojos de muchos parecerá tal vez un sacrilegio que hayamos prometido consagrar las columnas de este periódico al arte y á la industria. El arte, se dice, es la manifestación de la idea eterna; la industria, la realización de las necesidades materiales de la vida: aquella, la poesía; esta, la muerte de todo sentimiento poético. r es profanar lo mas santo y puro del corazón del hombre.

Mas los que tal sostienen empequeñecen el arte creyendo engrandecerle; desconocen de todo punto la alta significación y la poderosa influencia de la industria sobre el desenvolvimiento de nuestra especie.

La industria es la emancipación gradual del hombre, la destrucción sucesiva y constante de todo lo que le impide marchar por la senda del progreso, la que le dirige sin cesar de lo finito á lo infinito. A nuestra aparición en la tierra no disponíamos de mas fuerza que de la de nuestros órganos, nos hallábamos detenidos por los precipicios y los ríos, retrocedíamos llenos de terror ante las olas del Océano. Centuplicó la industria nuestras fuerzas poniendo á nuestro servicio las de la naturaleza, arrojó puentes sobre los abismos, nos abrió paso por debajo del mismo cauce de los ríos, nos deparó la barca en que desafiando el furor de las borrascas, habíamos de descubrir mundos perdidos en la inmensidad de los mares. Los huracanes podían oponerse aun á la marcha de nuestros buques; la industria venció la resistencia de los huracanes; la tierra retardaba ya nuestros viajes mas que las aguas del Atlántico, la industria cruzó de rails las llanuras y nos llevó en alas del vapor con la rapidez del águila; las montañas detenían al pié de los valles la locomotora, la industria la condujo por las lóbregas profundidades de los cerros.

Encendió la industria en nuestras manos la resinosa tea conque habíamos de disipar las tinieblas de la noche oscura; trabaja hoy por alumbrar nuestras ciudades derramando sobre ellas torrentes de luz eléctrica. Encajona á su antojo las corrientes de las aguas, abre y sondea las entrañas de la tierra, derrite el hierro en arroyos de viva lumbre, surca los aires, vence lo al parecer invencible. Armada de la ciencia, que permanecería tal vez infructuosa en manos de los sabios, va realizando todas nuestras aspiraciones y creando prodigios que nuestros primeros padres no vacilarían en atribuir á seres superiores al hombre.

Hace mas la industria: universaliza y eterniza nuestro pensamiento por la prensa, le lleva del uno al otro polo con la celeridad del relámpago, le ensancha y descubre nuevos horizontes. Economiza todos los dias mas el uso de nuestras fuerzas físicas, sustituye la máquina al hombre, nos reserva para los altos trabajos de la inteligencia, emancipa nuestro mismo espíritu. Y ¿está concluida aun su misión sobre la tierra? ¿Se sabe acaso qué nuevo camino nos abrirá mañana?

No le basta al hombre elevarse á la idea de lo infinito ni simbolizarla; sabiéndolo ó sin saberlo, aspira á traducirla en hechos dentro de su misma especie! Se alegará tal vez que esta aspiración es quimérica; mas ¿podrá negar nadie que ha sido y puede ser uno de los mas vivos estímulos de la actividad humana? ¿Se atreverá á decir tampoco nadie, estos ó aquellos son los límites de nuestros adelantos? Si por otra parte se pretende que no debemos unirnos á lo infinito sino en espíritu, se condena ese mismo progreso que parece ser nuestro destino.

Debemos ver en la industria algo mas que la realización de las necesidades de la vida en el sentido estrecho que se suele dar á estas palabras; ¿será tampoco verdad que mate el sentimiento poético? El arte y la poesía antiguas han derramado bellas flores sobre un Prometeo que arrebató del Olimpo el fuego sagrado de los dioses y sobre unos Gigantes que se atrevieron á escalar el cielo. Prometeo y los Titanes no parecen sino los mitos de la industria, los símbolos de esa lucha gigantesca y sin tregua que sostiene el hombre contra las vallas levantadas por la naturaleza en el camino de su vida. Prometeo ha logrado dejar su roca del Cáucaso y vive aun entre nosotros. Los Titanes no gimen ya en el fuego del Tártaro, y pugnan aun desde las tinieblas de este mundo por reconquistar su Olimpo. ¿Es cierto, artistas y poetas, que oís los gritos del combate? Nosotros sentimos estremecerse la tierra bajo nuestras plantas: tal es el furor de la pelea.

¿Y mataría la industria el sentimiento poético? Si fuese posible que este sentimiento se perdiese, renacería de entre esos talleres donde centenares de máquinas hacen temblar el aire movidas simplemente por el vapor del agua; de entre esos monstruos llamados locomotoras, de que no son mas que una imagen pálida los hipógrifos creados por la desenfrenada imaginación de la edad media, de entre esos hilos misteriosos que llevan en segundos al través de las irritadas ondas de los mares el pensamiento del último hombre de la tierra. ¡Desgraciado del que no siente y se eleva en medio de estas maravillas! Ese si que puede considerarse muerto para la poesia y el arte.— Me entusiasman las escenas de la naturaleza, dice uno, no los mezquinos hechos de los hombres Mas ¿en qué lugar de la naturaleza no hallará hondamente impresa la huella de la industria? ¿La obra de Dios no ha sido, en cierto modo, continuada por el hombre. Vea el que tal dice si ni en su imaginación puede restablecer ya esta obra tal como fue creada. — No es para ni el materialismo de los talleres, dice otro. Mas ¿acá .50 en torno de ese materialismo no ve irradiar la inteligencia humana, reflejo de la eterna?— Esconde la industria en el fondo de su engañosa superficie, esclama por fin un tercero, males espantosos que no quiero que conmuevan mi pincel ni hagan vibrar las cuerdas de mi lira. Mas ¿cuál no ha de ser el corazón de ese hombre que no rebosa de amargura á la vista de grandes desventuras ni la vierte á raudales sobre los que no se atreven á tocar la herida por no oír el ¡ay! de las víctimas?

¡Pobres artistas y pobres poetas los que asi razonan! Se han encerrado, por cierto, en bien mezquino círculo. Llevados de que el arte es la manifestación de las ideas eternas, pretenden hoy que no han de encender la llama de su genio sino en los dogmas de una religión que tal vez no sienten ni comprenden. Y se han creado hasta una forma especial para la ejecución de sus sublimes concepciones: ¿la han creado, decimos? ¿No la han buscado allá en los límites de la edad media al través de cinco siglos. ¡Si siquiera acertasen á darnos obras acabadas de este género! Pero asoma la duda en los mas de sus cuadros. El aire de la incredulidad hiela sus figuras, el hálito de nuestras revoluciones las empaña. Quieren ser los pintores de la idea, y son los mas esclavos de la forma.

No quieren reproducir, dicen, sino la ideas eternas. ¿Mas cuáles son para ellos? Los seres todos no son mas que ideas determinadas en el espacio, ideas eternas, según el cristianismo, que establece la creación preconcebida por Dios desde los siglos de los siglos. ¿De dónde se puede haber deducido que solo la religión cae bajo el dominio del arte? Nos replicarán tal vez que aun las mil ideas pueden estar sintetizadas en un pequeño número; mas deberían entonces para ser fieles á su sistema, reproducir única y esclusivamente á Dios, síntesis de todas las que pueden alumbrar la frente de los hombres.

Nos lanzamos, empero, sin sentirlo al proceloso mar de las ciencias filosóficas. Entremos en consideraciones mas sencillas. La inspiración viene de Dios, pero no siempre se dirige inmediatamente á Dios. Si se insiste en circunscribir el arte á la idea religiosa, empiécese por escluir del catálogo de los grandes poetas á Shakespeare á Byron, á Goethe; ráyese del número de las grandes obras de arte algunas de las de Rafael y la mayor parte de las de Ticiano y la escuela de Venecia. Los pintores de batallas no merecen el nombre de artistas como no hayan representado las del pueblo de Israel ó la derrota de Majencio ó las luchas de los cristianos contra los infieles. Los paisajistas mas famosos deben ser relegados entre los industriales como no hayan hecho aparecer á Dios en sus cerros coronados de bosques, y en sus valles de flores animados por las aguas.

No solo hay que borrar, según este sistema, obras de gran mérito de la historia del arte; hay que borrar todo el arte antiguo. Los héroes, los semidioses, los dioses del paganismo no estaban exentos de pasiones; algunos eran hasta mitos de sentimientos vergonzosos. Homero, todos los trájicos griegos, muchos de los pintores y los escultores los presentaron con todas sus virtudes y sus vicios, con toda su debilidad y su grandeza: ¿se dirá que no fueron artistas? ¡A qué de aberraciones no conduce esta teoría!

No, dicen algunos, deseando corregirla; no pretendemos que se pinte tan solo el dogma y las escenas religiosas; píntese lo que se quiera con tal que esté penetrado del sentimiento de lo infinito. No solo en el hombre; en la ola que interrumpe la superficie de los lagos, en la nube que coloran los rayos del sol poniente; en el árbol cuya erguida copa se mece tranquila en el azul del cielo, en la rauda corriente que bulle y se precipita entre las rocas, hasta en la pequeña brizna de yerba que agitan las brisas de la tarde, se puede llegar á sentir ese infinito, y se le siente. Cierto, cierto porque lo finito no es mas que una determinación de lo infinito; mas si está el sentimiento de lo infinito en la naturaleza, reproduciendo el artista las impresiones que de ella recibe, ¿no reproduce el sentimiento mismo? Esto no es ya corregir la teoría, sino aniquilarla.

No, el arte no es ni ha sido nunca tan limitado. El arte es la manifestación de la vida interior por medio del símbolo y del ritmo, la traducción de nuestras ideas y de nuestras sensaciones regeneradas por el aura del sentimiento. El corazón, he aquí para nosotros el verdadero foco del arte. El que siente á Dios debe reproducir á Dios, el que siente el mundo debe reproducir el mundo y reproducirlos como los siente. Ver es de todo hombre, comprender del sabio, sentir del artista. Sentimos generalmente antes de comprender; pero á veces, y no pocas, á fuerza de comprender sentimos. En representar por medio de imágenes el sentimiento anterior ó posterior á la comprensión está todo el arte. Así las obras verdaderamente artísticas son todas hijas de la espontaneidad, de una necesidad del alma. El sentimiento es de suyo espansivo, y cuando rebosa del corazón de un hombre, no puede menos de esteriorizarse. ¿Posee este hombre la ciencia del ritmo, es decir, conoce un instrumento de arte? Esplaya su sentimiento en un poema, en una estatua, en un cuadro, en un monumento, en una ópera.

Mas para sentir ¿debe el artista aislarse? A medida que es mayor la vida de relación ¿no es acaso mas activa la del sentimiento? Mantengámonos en contacto con los vivos y evoquemos si nos es posible la sombra de los muertos, parte también integrante de la humanidad que vive siempre de una misma vida. Identifiquémonos con esa humanidad misma: gocemos de su gozo, suframos de sus sufrimientos. Sigámosla en sus triunfos como en sus catástrofes, en sus revoluciones como en sus épocas de calma, en sus batallas con la naturaleza y consigo misma. Bebamos en su copa de oro, pero apurándola hasta las heces. Pintemos sus amargas desventuras, pero arrojando siempre sobre ellas un rayo de su esperanza.

¡Cómo se engrandecerá entonces nuestra alma si so-